jueves, 28 de agosto de 2008

Poder, mito e imaginario



Esta ponencia fue presentada en el El IX Congreso Internacional de Psicología Social de la LIBERACIÓN
los días 14, 15 y 16 de noviembre 2008
Universidad de la Tierra-Chiapas
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. México
chiapascongreso08@gmail.com


(Trabajo basado en ensayos publicados en varias ocasiones en http//reflexiones4-karen.blogspot.com)

Karen Cronick

INTRODUCCIÓN

Los oradores y los escritores están provistos de un arsenal de palabras e imágenes poderosas cuya fuerza proviene de antiguas etimologías contradictorias y confusas. En estas incongruencias vetustas se esconden complejas pluralidades semánticas que les permiten engañar a sus oyentes y lectores. Palabras como “heroísmo”, “martirio”, “señorío”, “soberanía” y “paz” remiten a significados que pueden manipular los sentimientos, y los oyentes a-críticos estarían en peligro de dejarse llevar por motivaciones que no entienden.

Por esta razón, y como parte de mis reflexiones sobre el imaginario del poder, he decidido considerar los orígenes de estos términos que corren rampantes en tiempos de guerra y desasosiego social, y que pueden tener terribles impactos cuando salgan de bocas carismáticas.

Hablo de la necesidad de crear genealogías retóricas para domesticar algunas de las palabras sediciosas e imágenes ambiguas de nuestro léxico, las que están especialmente cargadas retóricamente. En este ensayo intentaré acercarme a esta meta.

Varias personas me han influido; no citaré a todo el mundo, pero mencionaré brevemente a la serie televisada de Michael Wood y los libros de Joseph Campbell (1956, 1959). Y claro, mi propio trabajo sobe la retórica (Cronick, 1997, 2002, 2005).

Tánatos y Eros

Hace algunos meses escuché a la Dra. Claudia Barrera (2008) en una conferencia dictada en la Universidad Central de Venezuela cuando habló de la necesidad de un nuevo imaginario, una estética de razón intuitiva que conduciría al deseo positivo, que “nos permite aprehender mejor al ser en sus movimientos y variaciones” sin las represiones que nos han conducido a los excesos de la razón: ella habla de la razón no guiado por el amor y el deseo.

Yo critiqué esta noción, diciendo que el deseo conduce tanto a Tánatos como a Eros, es decir, según Freud, Tánatos representaría nuestro deseo de aniquilamiento mientras que Eros nos conduce a la vida, ambos están presentes como componentes de nuestra psique. Lo libremente deseado, entonces, no nos va a conducir necesariamente a la sensualidad, a un mundo mejor, a un respeto por la ecología de la Tierra y así sucesivamente. Esta proposición freudiana habla del deseo como multifacético, anterior y más allá de las frustraciones e inhibiciones del fenómeno de la represión.

En la mitología griega Tánatos es el dios de una muerte suave, seductora, casi deseada: es un hechicero atrayente.

Sin embargo, y pensándolo mejor, creo que la Dra. Barrera tiene razón. No hay que inhabilitarse teóricamente porque el deseo sea complejo y el imaginario parezca más allá de nuestras capacidades para cambiarlo. Es necesario pensar, crear y desarrollar una ética y una estética positiva, un imaginario de Eros.

La conducta de los individuos está inmersa en complejas motivaciones y justificaciones sociales que cambien con el tiempo aunque tengan hondas raíces históricas. Es importante entender el pasado para comprender el presente y crear un futuro más humano. Se trata de un paso previo para poder liberarnos de los imaginarios atávicos que limiten el ejercicio de la autonomía ciudadana. Las explicaciones que se dan a ciertos móviles, como los de obtener, mantener y manipular el poder, están presentes en los mitos y leyendas que han nutrido la sociedad contemporánea. Éstos son recursos fecundos para entender lo que la sociedad contemporánea permite a sus mandatarios. En este trabajo se analizan algunos mitos e hitos de la literatura universal, para luego compararlos con textos de la actualidad relacionados con el empleo del poder público.

En los párrafos que siguen exploraré el imaginario del heroísmo y el manejo del poder. El centro temático de este trabajo es el imaginario del poder. Primero haré una breve referencia al continuo temporal que nos une a nuestro pasado prehistórico y de leyendas, para crear un fondo que nos permitirá pensar en nuestra herencia icónica y patrimonial de ideas, valores y aspiraciones. Incluiré después una reflexión sobre el heroísmo y el martirio, para luego seguir bajo el subtítulo “El Poder”, con algunos imaginarios encarnados en la literatura antigua y moderna: a) la leyenda de la familia de Agamemnon, b) la obra shakespeareana de Ricardo III , c) las figuras complejas del Dr. Frankenstein y su “monstruo”, de la obra de Mary Shelly, Frankenstein o el Prometeo Moderno, d) el personaje de “Rambo” de la primera película del mismo nombre, e) y la obra de Michael Frayn llamada Copenhague sobre el encuentro entre los doctores Heisenberg y Bohr. Concluiré esta sección con unas reflexiones sobre las figuras de cambio social a través de la resistencia pacífica.

Finalmente desarrollaré algunos pensamientos últimos sobre el poder y el imaginario.

Tengo que hacer dos observaciones adicionales para finalizar esta introducción: primero, reconozco grandes lagunas en este repaso por el imaginario del poder, se trata de una selección personal de imaginarios. No he tratado dictadores del Siglo XX como Hitler, Pinochet, Pol Pot e Idi Amín, ni mandatarios como John Kennedy, Margaret Thacher, Salvador Allende, Vladimir Putin y George W. Bush, ni libertadores como de tintes tan variados como George Washington, Simón Bolívar, Gamal Abdel Nasser, Ho Chi Minh o Robert Mugabe. La razón es que por ahora quise desarrollar una base en el imaginario histórico para poder especular sobre estas figuras en el futuro.

La segunda observación es que estoy conciente de un tono excesivamente optimista en estas páginas, ya que finalizo con una consideración de personajes que prometan paz y convivencia. Sin embargo, siento- o quiero sentir- que, a pesar de que vivamos en un mundo de violencia e injusticia social, ha habido cambios positivos en nuestro imaginario. Por lo menos aspiramos, hoy en día, a un mundo de vida más humano.

EL PODER Y LA HISTORIA

De la prehistoria hacía el presente:

Nos gusta imaginar que los hombres y mujeres de las cavernas eran brutos, casi bestias, es decir, totalmente distintos a nosotros que somos los portadores de la “civilización”. Este vocablo “civilización” aparece como un término para describir “nuestra” manera de vivir, es decir la sociedad occidental y tecnológicamente “desarrollada”.

Si vamos a creer a las leyendas, nuestros ante-pasados que se consideraban “civilizados” se distanciaban de sus propios predecesores humanos y contemporáneos “primitivos”, justo como hacemos nosotros. En la Odisea, comer pan y usar lenguaje definen a los seres humanos cultos; los demás seres (y había muchos de ellos) eran despreciables de una u otra manera.

En sí, este desprecio no trata de relaciones de poder, sino de una ideología que justifica actos de discriminación, depredación y maltrato. Otro de las justificaciones para el poder tiene que ver con tradiciones en que el heroísmo y martirio de figuras pasadas justifican pretensiones para obtener o mantener poder en el presente. A continuación revisaré algunos ejemplos de estos sucesos.

Heroísmo y martirio

El diccionario El Mundo en línea define el sustantivo de “poder” como dominio, fuerza, vigor, capacidad, posesión, potestad rectora y facultad. En este trabajo nos interesan todos estos significados pero sobre todo los que señalan aquellos aspectos del imaginario que nos hacen susceptibles a la fuerza, dominio e influencia de otros.

El Martirio

A primera vista uno no piensa que el mártir ejerce ningún poder, de hecho da la impresión de señalar una falta de dominio sobre los demás y sobre sí mismo. Pero un escrutinio más de cerca del término expone ciertos matices en su concepto y práctica que nos interesan. Primero, señala una víctima que adquiere influencia por medio de su ejemplo. Segundo, deja una huella cultural que permite a otros emplear el sacrificio original para sus propios propósitos, sobre todo cuando el mártir se convierta retóricamente en héroe. Y tercero, surge como un modelo de lo deseable y motiva a otras personas a actuar de manera similar.

El martirio aparece como un valor y un ideal en las tres religiones monoteístas. El término se originó en la palabra griega “testigo”. Las connotaciones que adquirió en los siglos subsecuentes de “sacrificio” e “inmolación” tienen su origen en los métodos maléficos que los soldados, jueces y carceleros empleaban para obtener información.

Lo trágico es que los mártires de una fe normalmente son los infieles y heréticos de las otras.

El contexto religioso –el mártir como guerrero y héroe

Los Cristianos: Inicialmente los héroes cristianos peleaban para convertir a los “in-fieles”. Los ejemplos más famosos son las cruzadas y la conquista de la América indígena. Hubo ocho cruzadas medievales, y la primera, bajo la influencia del Papa Urbana II se inició cuando los turcos conquistaron a Jerusalén en el Siglo XI. La motivación más difundida para esta empresa fue la recuperación de la “Ciudad Santa”, pero hubo también intereses políticos y económicos. A los “caballeros” que participaron se les consideraban héroes, por lo menos en la primera cruzada.

Los Judíos: La famosa rebelión judía comandada trágicamente por Simón Bar Kokhba en 135 d.C. contra el emperador romano Adriano terminó en una masacre después de un éxito inicial. La menciono aquí como una lucha heroica, pero también se le puede ver como un ejemplo más de martirio. Los romanos masacraron tanto a los rebeldes, como a los refugiados que se habían reunido con ellos en la fortaleza de Betar, y vendieron a los demás judíos como esclavos. Se dice que la gran Diáspora comenzó con esta ruina, y por siglos los judíos no podían volver a entrar en Jerusalén. No fue sino con el Emperador Constantino que se les permitía orar a sus muertos una vez al año en el día Tisha B'Av en la pared occidental de la ciudad. Todavía los miembros de esta religión mantienen vivos los recuerdos de aquella pérdida y la rememoran tanto en ritual como en elaboraciones ideológicas que orientan sus visiones políticas actuales.

Los Musulmanes: Entre los musulmanes existe la idea de la defensa armada de la fe, un tipo particular de ”jihad”. Sin embargo, hay desacuerdos teológicos con respecto a esta práctica. La mayoría de los clérigos distinguen varios significados para “jihad”, incluyendo las luchas internas y espirituales. Las luchas armadas en defensa violenta de la religión constituyen algo similar a las Cruzadas cristianas; hoy en día el héroe que participa en este tipo de lucha puede sacrificar su propia vida de manera intencional en el proceso, pero la mayoría de los musulmanes niegan la legitimidad de la auto-inmolación: los libros sagrados de esta religión prohíben el suicidio. Se trata de una táctica moderna pero cuestionada que ciertos grupos radicales y marginales emplean en guerras de reivindicación.

El contexto secular

La separación fundamental entre lo sagrado y lo profano es relativamente nueva, tal vez tiene su origen en el Siglo XVIII. Pero en lo que sigue disociaré artificialmente a estos términos, sobre todo para hacer más claras estas categorías.

En el contexto secular también hay “mártires” que son los soldados que se sacrifican por la patria o la causa que defienden. En este caso el soldado no es una víctima pasiva de la intolerancia, es un participante activo en los actos de violencia. El mártir en esta acepción se asemeja a la noción de “héroe”.

Esta usanza heroica puede encontrarse tanto en textos antiguos como en modernidad entre los partidarios de todas las religiones y grupos étnicos en conflicto. Por ejemplo todos los griegos que combatían con valentía durante la guerra de Troya eran “héroes”, de ambos lados y vivos o muertos. Luego se aplicaba la palabra también a los atletas que ganaban en los juegos. Finalmente apareció una especie de culto al héroe muerto y sus tumbas eran reverenciadas. Se dice que Alejandro Magno tomó para sí el escudo que marcaba el sepulcro de Aquiles y, tanto era su identificación con esta figura, que se lo llevaba por sus guerras de conquista por Persia y la India.

Es interesante que muy pocos héroes de la antigüedad griega fueran dioses o semi-dioses. Más bien se les honraban como hombres, y los que morían moraban en plan de igualdad con los demás difuntos. Había que aplacarlos, porque podrían inclusive volverse beligerantes. Homero (Odisea, s/f) en la voz de Ulises cuenta su experiencia con ellos cuando su viaje lo llevó a Hades:

“Pero me quedé por un rato en aquel lugar, tal vez
para ver alguno de los hombres heroicos que murió
en los días de ayer. ….
Antes de que pudiera,
mil tribus de los muertos aparecieron
con gran estruendo. El miedo pálido me asió ….
Rápidamente regresé a la nave
y ordené a la tripulación embarcar…”


Los que se sacrifican de manera intencional y deliberada, sabiendo que sus acciones les conducirán a la muerte, igualmente han sido honrados por casi todos los grupos humanos. A veces se trata sólo de auto-inmolación y otras veces el acto implica la destrucción de otros. Ha habido muchos ejemplos tanto antiguos como modernos y mencionaré algunos ejemplos célebres que ocupan espacios significativos en nuestro imaginario.

El martirio del héroe guerrero: El recuerdo de la muerte del espartano Leónidas en su lucha con al ejército de Xerxes queda en nuestra memoria cultural. Recomendó a sus soldados antes de la batalla final que se desayunasen bien porque el día siguiente iban a romper el ayuno entre los muertos. De hecho, todos perecieron en batalla. En un ejemplo moderno, el vocablo “Kamikaze” existe hoy en día en casi todos los idiomas, pero originalmente se refería a un tifón que salvó a los japoneses de una invasión mogola en el Siglo XIII; luego fue aplicado a los pilotos de aquel país que usaron sus aviones (y sus humanidades) como proyectiles en la Segunda Guerra Mundial.

El martirio del héroe por el bien de los demás: Prometías, el semi-dios que trajo el fuego a los hombres, se sacrificó conociendo que su castigo sería terrible.

El martirio de las víctimas indómitas: En la invasión Otomana de Grecia en el Siglo IXX, los souliotes, (Phantis, s/f) que mantenían en este entonces su propia confederación, fueron conquistados después de una dolorosa pero valiente resistencia. Los hombres fueron masacrados en batalla, pero las mujeres, para no ser atrapadas, se agarraron de las manos y danzaron hacia un abismo donde saltaron a sus muertes, una tras la otra, cargando sus hijos en brazos. Este evento famoso se llama la Danza de Zalongo .

El martirio de individuos por una causa política: Entre los personajes modernos que recoge el imaginario cotidiano están los monjes vietnamitas que se quemaban vivos en los años ’60 para protestar la ocupación de su país por los estadounidenses, y el tibetano Pawo Thupten Ngodup que hizo lo mismo para protestar la ocupación China en su patria.

Por otro lado los participantes en movimientos independentistas o personas que mueren por causas no-violentas como los derechos civiles de igual forma son considerados héroes y mártires hoy en día. Mahatma Gandhi es un ejemplo clásico de esto.

Entonces el mártir y el héroe se asemejan retóricamente, se trata de una cercanía en donde se emplea un tipo particular de poder: el poder del ejemplo y la influencia y la creación de un imaginario que luego se vuelve útil para otros, como Alejandro Magno que asume el escudo y el heroísmo de Aquiles: es decir, se arropa metafóricamente con la reputación de una figura de trascendental valor histórico. Y también los ciudadanos comunes pueden enaltecer sus vidas recordando que descienden de Ulises, Xerxes o las formidables mujeres souliotes que convirtieron su derrota en un gesto de arrojo y desafío.

En lo que sigue consideraré algunas figuras malévolas que han encarnado el poder sólo para su propio beneficio, estos son: a) el mito de Agamemon (contado por Aeschylus, la poesía de Ovidio y otras fuentes) y b) Ricardo III de la obra shakespeareana.

La Familia de Agamemnon

Sólo unos breves pensamientos iniciales sobre el anhelo de paz que tiene una gran parte de la humanidad, o más bien los elementos culturales que frustran su realización.

¿Qué significa dicha ansia? Muchos de nosotros -los humanos- -los comedores de pan- quisiéramos vivir sin violencia, pero también en relativa prosperidad. Digo “pero” porque queremos sentirnos protegidos de las hordas que estamos seguros que vendrán a quitarnos nuestra tranquilidad, pero por otro lado deseamos disfrutar de un estilo exclusivo de bienestar. Nos sentimos seguros cuando nuestros guerreros estén vigilando las fronteras y estén provistos de arsenales poderosos.

Lo que me interesa como reflexión en este momento es la parte del imaginario que promueve nuestras agresiones. Freud propuso que tenemos que reprimir nuestros impulsos primitivos para que la sociedad funcione, y si es cierto, los sistemas que hemos desarrollado para tal propósito no están funcionando bien. Nos abusamos mutuamente con alarmante regularidad, inclusive maltratamos a nuestros propios hijos e hijas.

Nuestros mitos reconocen esto. Hay modelos en todas partes, los encontramos en las telenovelas y los cuentos de detectives y especialmente en las tradiciones antiguas.

Por ejemplo, la familia de Agamemnon ilustra esto con terrible claridad. La mitología griega exalta los valores del heroísmo, pero también la noción del destino que a veces acosa a los héroes. Los guerreros, en su afán de destacar en la guerra a veces la traen a casa, algo que tal vez podríamos interpretar como una especie de retorno del reprimido en el sentido freudiano.

Cuando Agamemnon quiso zarpar para Troya, se encontraba varado en las playas sin viento para sus embarcaciones -con todo un ejército frustrado por la falta de “acción”. Un oráculo le dijo que para poder ir a la guerra tenía que sacrificar a su hija Ifigenia. Lo hizo, porque valoró su empresa bélica más que a ella. Clitemnestra, la madre de la niña muerta, y esposa de Agamemnon, nunca le perdonó (antes había asesinado a un hijo que tuvo con su primer esposo, Tántalus). Diez años más tarde cuando su marido regresó triunfante de la destrucción de sus enemigos, ella, junto con su amante de este entonces, asesinaron al héroe y rey. Orestes, hijo de Agamemnon y Clitemnestra regresa al reinado y se venga la muerte de su papá, asesinando a su madre y el amante de ella. Como resultado Orestes se enloquece y es perseguido por las Furias.

Es interesante reflexionar sobre la obediencia de estos personajes a valores y directrices que les instruyen a matar y vengarse por las variadas ofensas que han sufrido. Por ahora, sólo quisiera señalar como estos aspectos de nuestro imaginario existen y nos instruyen también a nosotros en el Siglo XXI en conductas culturalmente apropiadas pero profundamente disfuncionales.

Ifigenia

La poesía de Ovido que cito a continuación cuenta una versión suavizada del sacrificio de Ifigenia. En esta interpretación ella se salva de la muerte por medio de un mecanismo milagroso -e improbable aun para los piadosos griegos- de “deus ex machina”, y hay que reconocer que hasta los creadores de los mitos tienen su corazoncito: es demasiada tragedia junta.

Pero hay elementos aquí que nos pueden llamar la atención: la guerra exige. Una vez que los poderosos hayan juntado un ejército listo para ir a combate, hay que pelear o perder el dominio de la situación. El poder reclama obediencia a su dinámica, aún para los mandatarios, y ellos se convierten en los artefactos de la mecánica de su propio mando. Agamemnon no quería sacrificar a su hija, pero ya no podía obrar según su voluntad y al mismo tiempo mantener su reino:

El deber de un rey se impuso a los sentimientos paternales...

Y Agamemnon no está sólo. Su sacerdote también conoce el precio de la autoridad y mando. Claramente no perdería tanto como el rey con las supuestas exigencias de la diosa, pero sabe que los soldados, a pesar de sus llantos, necesitan un signo de parte del rey de su voluntad de seguir adelante. Ifigenia misma se ofrece obedientemente a las exacciones de su rango: noblesse oblige. Sangre requiere más sangre en este imaginario: la sangre de los soldados debe ser precedida por la de la casa real. Es interesante que Agamemnon no se sacrifica: sus generales podrían haber zarpado sin él. Se seleccionó la figura más vulnerable y débil de la familia.

Todavía podemos escuchar al canto del Romano Ovidio (1998, p. 166) en el Libro XII de la Metamorfosis:

“Mil naves se conjuraron para salir en su persecución con todas las huestes de los griegos a bordo. No hubiera sido diferida la venganza de no haber resultado intransitable el mar por la furia de los vientos…. En aquel puerto habían dispuesto los griegos un sacrificio… (Como resultado del sacrificio) mudos de terror quedaron todos…. (El sacerdote) Testor sabía muy bien… que la cólera de una diosa virgen sólo con la sangre de una virgen podía ser aplacada. …. El deber de un rey se impuso a los sentimientos paternales. Rodeada de afligidos sacerdotes compareció Ifigenia ante el alter, a fin de ofrecer su sangre pura en (un nuevo) sacrificio….”

Agamemnon y Ricardo III

En este subtítulo me interesa aproximar a lo que constituye lo malvado en el imaginario, es decir lo ruin que es reconocido como tal por el imaginario del momento en que fue escrito. Compararé la historia de Agamemon que acabamos de revisar, un hombre heroico en su época, con la de Ricardo III del drama de William Shakespeare escrito en el Siglo XVII, en donde el rey ignominoso es reconocido como tal.

Agamemnon mató al primer esposo de Clitemnestra junto con el hijo de aquel matrimonio, y se caso con ella, obteniendo de esta manera el trono de Mecenas. No he visto nada en los mitos que describe los sentimientos de ella hasta este punto en la historia. Con él tuvo cuatro hijos. Como he descrito antes, la diosa Artemis exigió que Agamemnon sacrificara uno de ellos, su hija Ifigenia (o dependiendo de la versión de la historia, Artemis salvó a la niña en el último momento).

Para este análisis no importa si Ifigenia se salvó o no, porque los sentimientos de los personajes principales, el padre Agamemnon y la madre Clitemnestra son iguales: si la hija se salvó ellos no lo saben. Para ellos ella está muerta.

Es sólo después del sacrificio (asesinato) de su hija Ifigenia, que la furia de Clitemnestra contra Agamemnon aparece como un odio sin perdón, que luego –diez años más tarde- le motivará a vengarse y matarle cuando su esposo regresase heroicamente de sus batallas. Este es el trasfondo trágico de una historia desgraciada.

Agamemnon era, evidentemente, un manipulador nefasto y fatídico que hizo lo necesario para lograr tanto el trono como el mando del ejército griego. Pero al mismo tiempo era (y es) un héroe. En los mitos sus maniobras aparecen como pequeñas debilidades humanas que se acumulan para crearle un destino ineludible y triste. El personaje que la historia juzga como indigno es la pobre Clitemnestra, es odiada tanto por sus hijos como por los narradores tradicionales porque ella toma un amante y porque se venga de las injusticias de un marido asesino.

Comparamos esta historia con la de Ricardo III de Shakespeare

La historia comienza con Ricardo, duque de Gloucester, un hombre “deformado y inacabado”, que anuncia desde el comienzo sus planes para “ser un villano”. Es un personaje que no tiene nada que ver con el apuesto, fuerte, heroico y decidido Agamemnon.

Como Agamemnon, Ricardo también se casa con la viuda de un hombre que asesina para ganar un trono. Luego mata a su propio hermano, sus sobrinos e inclusive a su esposa Ana. Se declara rey pero para él no hay gloria, sólo un sórdido ascenso al trono. Dice:

“… estoy
Tan empapado en sangre, que pecado sólo conduce a pecado:
Nada de lagrimas piadosas para mis ojos.”


Ricardo muere a manos de sus compatriotas iracundos e indignados por las infamias que ha cometido para llegar al poder. Le llaman “el enemigo de Dios” y Ricardo mismo admite que:

“Mi conciencia tiene miles de lenguas
Y cada una trae varias fábulas,
Y cada fábula me condena por villano.”


Pero a diferencia de la muerte de Agamemnon, los que le ajustician son vengadores heroicos. ¿Qué pasó en los milenios que separan las dos leyendas? ¿Por qué para Agamemnon sus fechorías constituían hazañas y para Ricardo se consideran bajezas?

El imaginario ha cambiado. En el tiempo de Shakespeare se espera de un gobernador, más que hazañas heroicas, la semblanza de justicia.

Ahora voy a hablar de algunos imaginarios modernos, en este caso del poder del conocimiento y la tecnología. Comenzaré con la obra que Mary Shelly (1994) escribió sobre el Dr. Frankenstein y su monstruo, para seguir con reflexiones sobre la película Rambo y terminar con una consideración de la pieza teatral de Frayn (s/f), Copenhague sobre Heisenberg y Bohr.

Frankenstein

Como una continuación de mis reflexiones sobre el imaginario del poder, exploraré el poder del conocimiento y la tecnología. Desde que Eva mordisqueó aquella manzana, nosotros, los seres humanos nos hemos empeñado en escapar del Jardín de Eden. En el mismo espíritu Mary Wollenstonecraft Shelly escribió Frankenstein o el Prometeo moderno, una novela de horror en 1818.

Se trata de la historia del Dr. Frankenstein, un médico e investigador suizo que empleaba descargas eléctricas para crear un ser vivo a partir de los despojos de varios cadáveres humanos. El doctor es una figura compleja que recoge un terrible imaginario científico: en su afán de ensanchar las fronteras del conocimiento, traspasa los límites de lo éticamente aceptable. Se dice que quiso jugar a Díos, es decir, actuar en áreas que rebasaban su capacidad de hacer el bien. En esta figura tenemos un dilema de profunda modernidad: el conocimiento que, al margen de la moralidad, abre las puertas al mal. El buen doctor se convierte en el ángel caído: expulsado de los venerables de la humanidad, se convierte en un infame.

El doctor se da cuenta en seguida del aspecto horroroso del engendro y huye de su laboratorio. Mientras tanto, el monstruo así creado también huye y desaparece. Su aspecto espeluznante suscita reacciones de miedo, oprobio y violencia en los ciudadanos locales y éstos forman turbas de justicieros para cazarlo y matarlo.

La criatura, que originalmente sólo quiso llevarse bien con los demás, ha “nacido” deforme y debido a las condiciones de su comienzo, es condenado al dolor y rechazo, a pesar de su voluntad inicial de vivir con gentileza y amabilidad. Reacciona a la crueldad que recibe con odio y el deseo de venganza.

Sin embargo, en el fondo el monstruo es sólo un trágico ser solitario que busca compañía, y al darse cuenta de la imposibilidad de tratar con seres humanos, desea una compañera similar a sí mismo. Al encontrarse de nuevo y por casualidad con el Dr. Frankenstein se la pide. Al principio éste accede a la petición, pero luego tiene miedo de repetir un experimento tan espantoso, y decide destruir también su primera producción nefasta. Al principio el monstruo quiere vengarse por lo que considera una nueva traición por parte de su “creador”, pero finalmente decide inmolarse a sí mismo en un acto de último y amargo sacrificio.

Shelly escribió el libro cuando se aumentaba dramáticamente la eficiencia de la ciencia para cuestionar viejas creencias y parecía que se podría deslumbrar los mismos secretos del universo. Paralelamente la tecnología prometía “progreso”: una gloriosa etapa para la humanidad que tal vez podría acabar con las enfermedades, revolucionar el transporte, hacer desaparecer el hambre y alumbrar la oscuridad.

Pero ambos flancos de conocimiento, el teórico y el aplicado, tenían sus lados oscuros. Sobre todo la tecnología traía la miseria que acompañó el desplazamiento de millones de personas a las ciudades como subproducto de la revolución industrial, la misma miseria que iba a inspirar a personas como Carlos Marx a denunciar la explotación humana.

La ciencia siempre ha tenido su lado oscuro: aun los griegos imaginaban un castigo horrible para Prometeo, que había traído el fuego a los seres humanos. Por su parte la iglesia católica perpetuamente ha sospechado de la alquimia, de Galileo, de la evolución de las especies….

Hay, sin embargo, una distinción importante entre el fanaticismo anti-ciencia y un miedo racional de la irresponsabilidad científica. La ciencia y la tecnología modernas se acercan al imaginario de Frankenstein con notable rapidez: las máquinas que emplean combustible fósil –que contribuyen al calentamiento global-, la posible clonación humana, la creación de híbridos entre humanos y animales, la energía atómica, la colonización de otros planetas ….

Los límites éticos y estratégicos de la investigación científica constituyen una preocupación permanente, en un breve ensayo anónimo (a, s/f)) del Internet se habla de la necesidad de “paciencia científica” como una respuesta a la carrera ciega hacia lo posible. Todo esto, claro está, sólo puede ser manejado por los mismos científicos, y el principio de la realidad nos hace dudar sobre su capacidad de escapar del encandilamiento frankesteineano.

Rambo

Me refiero a la primera película en que aparece Rambo, un personaje noble, pero uno que nos recuerda al monstruo del Dr. Frankenstein. El trato rencoroso que recibe como un soldado, es decir un veterano que retorna de la guerra en Vietnam, lo torna hostil, amargado y peligroso. En el presente ensayo quisiera explorar este protagonista fílmico como parte de mis reflexiones sobre el imaginario del poder.

Rambo no vulnera las fronteras prudentes del conocimiento como hace el creador del monstruo en la novela de Shelly, más bien él es la criatura que resulta de la experimentación, porque ha sido preparado como un guerrillero despiadado y eficaz, una máquina para matar. La ironía de este personaje es que quienes lo forjaron como asesino querían emplear su creación lejos de los linderos de los Estados Unidos, en un país distante donde sus víctimas no cuentan como seres con derechos.

Pero Rambo regresa y en un viaje a un pequeño pueblo del interior de su país es víctima de una confrontación con la autoridad local, un ignominioso y corrupto “sheriff” que le acusa falsamente, le confina y le maltrata dentro de la cárcel. Allí surgen en Rambo, no sólo sus resentimientos sino su entrenamiento. Se escabulla a las montañas circundantes, consigue armamento y regresa al pueblo donde empuña un mortífero poder de destrucción. Emplea, inclusive, la gasolinera del pueblo como una arma contra el mismo poblado.

Rambo, extrañamente, es un héroe icónico. Pero sus motivos nobles se vuelven venganza y sus capacidades de guerrero se tornan contra su propio entorno. Para mí, es una película terriblemente irónica que tiene matices complejos.

El país que lo creó lo hizo para que destruyera “enemigos” ajenos. Se ha definido a estos adversarios siempre de manera ambigua: son impedimentos multifacéticos para el logro del progreso y a la libertad, pero no se explicitan a los legítimos beneficiarios de este patrimonio. Dichos enemigos imprecisos normalmente viven en lugares lejanos, nunca han sido los residentes de un pequeño pueblo en Washington llamado “Hope”. El noble y malentendido héroe, como el monstruo de Frankenstein, no tiene más alternativas que usar las herramientas que le han dado para defenderse.

La corrupción de su país de origen. En un artículo interesante, Loïc Wacquant (s/f) describe como los países ricos del Occidente piensan que son “pacíficos, cohesivos e igualitarios – en una palabra, civilizados, … un término que connota una forma lograda de cultura y vida humana.” (párrafo 1). Sin embargo, debajo de esta auto-imagen hay grandes masas empobrecidas y un turbulento proceso económico, en muchos casos de dudosa legitimidad (acuérdense en Enron).

La represión no proviene sólo del deseo de ignorar los efectos de la guerra y la pobreza, se ve reflejada también en las estadísticas penitenciarías (Anónimo b, 2008): en los Estados Unidos una de cada cien personas está encarcelada. (Es interesante que una búsqueda por Google para encontrar estás cifras sólo rindió fuentes fuera del país o publicaciones en línea de la izquierda política. Es otro ejemplo de represión psicológica de información indeseable.)

Pero lo reprimido retorna a veces, no sólo en películas cuasi-heróicas. Wacquant (s/f) recuerda los disturbios de los años 80 y 90, especialmente el de Los Ángeles en 1992 donde se llamaron a 1200 Marines para contener sublevaciones en que casi 2,400 personas fueron heridas, 10,000 fueron arrestados y 45 perdieron la vida.

El país de origen de Rambo no está libre de enemigos –impedimentos al progreso y la libertad-, y en cierto sentido yo, como espectadora de la película, sentí que Rambo fue enviado a una guerra lejana para proteger justamente los intereses de estas figuras. Al darse cuenta de esto, estalla. Esto se demuestra cuando el desprecio que ha recibido de sus co-ciudadanos -como veterano de una guerra considerada injusta por muchas personas- se vuelve maltrato físico en manos de un “sheriff” corrupto, su deber, entonces y siempre, como soldado y justiciero, es exterminar el mal.

El heroe / anteheroe: El monstruo de Frankenstein nunca fue un héroe. De hecho, los actores que lo han encarnado enfatizan la fealdad física del personaje, en parte para que el público que presencia las películas tenga la misma reacción de horror que los pobladores del pequeño pueblo suizo donde apareció. Los productores quieren que veamos principalmente su monstruosidad y sólo en segundo lugar su “bondad” inicial. Rambo, en cambio, es un héroe de guerra, uno de los centinelas que vigila en los puestos de avanzado del imperio. Pero al mismo tiempo es el instrumento de la violencia que se estalla hacia adentro, el retorno del reprimido.

Heisenberg y Bohr

Ésta es una consideración de las dudas morales que Werner Heisenberg y Niels Bohr podrían haber sentido sobre la producción de la bomba atómica.

La relación de estos hombres con el poder es más sutil de lo que hemos visto en los personajes de Agamemnon, Ricardo III, el Dr. Frankenstein y Rambo. Los dos físicos, como hombres modernos, son más bien las víctimas del mando porque no creen en él, y tampoco lo desean, pero le tienen miedo. En el caso de Heisenberg éste se beneficia de una situación clave donde los Nazis lo necesitan debido a sus conocimientos científicos.

Además tiene sentimientos encontrados con respecto a la (su) patria que ahora se trata de un agresivo poder nazi. Bohr también es una figura compleja: en el nombre de la honradez y el humanismo, contribuye a su destrucción. Son los instrumentos tambaleantes de fuerzas que no controlan. Pero uno de ellos, Heisenberg, tiene la fantasía que tal vez hubiera podido evitar el desarrollo de la bomba atómica.

En lo que sigue voy a citar de la obra teatral de Michael Frayn (s/f) llamado Copenhague. Se trata del encuentro entre estos dos físicos en la Copenhague ocupada por los Nazis en 1941. Antes en el comienzo del siglo, tanto Bohr como Heisenberg habían propuesto fundamentales descripciones cuánticas para los átomos. En el pasado habían sido amigos y colaboradores.

Sin embargo la Segunda Guerra Mundial los separó. Heisenberg se quedó en Alemania durante el nazismo y tuvo un papel protagónico en los intentos del régimen nazi para desarrollar armas atómicas. Bohr quedó en Dinamarca y por su parte colaboró con los esfuerzos aliados en la misma confrontación armamentista.

La obra teatral recoge la historia del encuentro entre los dos en 1941, lo hace en dos tiempos, primero en una reconstrucción de la reunión durante la guerra, que también incluye la esposa de Bohr, y de manera entremezclada y anacrónica, un nuevo encuentro después de la destrucción de Alemania.

Nadie sabe lo que realmente pasó en estas reuniones, pero el autor elabora preguntas hipotéticas sobre las dudas que los dos gigantes de la ciencia podrían haber albergado con respecto al papel de la ciencia en la destrucción de la guerra. Estas dudas se formulan como dilemas históricos y morales manifestados como un problema de la física: es imposible medir a la vez la posición y la velocidad de una partícula.

Heisenberg, después de la guerra, recuerda a Bohr de una pregunta que había formulado:

HEISENBERG: “Simplemente te pregunté si, como físico, uno tenía el derecho moral de trabajar en la explotación de la energía atómica. ¿Sí?

Y Bohr se esconde:

BOHR: No me acuerdo.

El problema para Bohr es saber si Heisenberg estuviera “trabajando en 'eso'”, porque su viejo amigo ya era el enemigo, y Bohr, aún viviendo en la Dinamarca ocupada, estaba colaborando con el otro lado.

Este es el primer problema: “trabajar en 'eso'” ¿es digno de un ser humano? Es decir, ¿la ciencia puede obedecer a los amos de la guerra, aun en la defensa de la patria?

El segundo problema es: ¿Qué debo a mi país? Heisenberg se tormenta por encontrar una respuesta, porque él ocupa una posición clave en la ciencia alemana: puede sabotear los esfuerzos alemanes debido a su participación en la construcción de un reactor, pero tiene que saber si Bohr haría lo mismo para con los esfuerzos paralelos de los estadounidenses. Dice en 1941:

HEISENBERG: Bohr,¡ tengo que saberlo! ¡Yo soy el que tiene que decidir! Si los aliados están fabricando una bomba, ¿qué estoy eligiendo para mi país? Sería fácil equivocarse y pensar que porque el país de uno es culpable, uno lo ama menos. Nací en Alemania. Es donde me convertí en quien soy. Alemania es todas las caras de mi infancia, todas las manos que me levantaron cuando me caí, todas las voces que me dieron aliento y me señalaron el camino, todos los corazones que le hablan a mi corazón. Alemania es mi madre viuda y mi hermano imposible. Es mi mujer. Alemania es nuestros hijos. ¡Tengo que saber qué estoy decidiendo para ellos! ¿Es otra derrota? ¿Otra pesadilla como la pesadilla en la que me crié?

Heisenberg sabía que si los estadounidenses estaban fabricando una bomba, el primer blanco sería Alemania. Continúa, pero ahora sus preguntas se ubican después de la guerra, después de Hiroshima:

HEISENBERG: … si la hubieran fabricado a tiempo hubiera sido sobre mis compatriotas. Mi mujer. Mis hijos. Esa era la intención, ¿sí?

Y contesta lacónicamente Bohr:

BOHR: Esa era la intención.

Y luego la conversación se dirige a los motivos de la carrera armamentista:

BOHR: Tu sabes por qué los científicos aliados trabajaron en la bomba.

HEISENBERG: Por supuesto. Por miedo.

BOHR: El mismo miedo que los consumía a ustedes. Porque ellos tenían miedo de que ustedes estuvieran trabajando en ella.

Y de nuevo la responsabilidad personal de los dos: ¿Podrían haberlo parado?

HEISENBERG: ¡Pero, Bohr, Ud. podría haberles dicho!

BOHR: ¿Decirles qué?

HEISENBERG: ¡Lo que yo te dije en 1941! ¡Que la elección estaba en nuestras manos! ¡En las mías, en las de Oppenheimer!

Robert Oppenheimer:, el “padre” de la bomba estadounidense, y Heisenberg, cada uno por su lado, ¿podrían haber mentido e informado a sus respectivos gobiernos que la bomba atómica era físicamente imposible? ¿Hubieran arrestado la carrera de la muerte? Tal vez podrían haber terminado con más experimentación, pero la probabilidad de tener éxito en algo así es mínima: Oppenheimer estaba muy a gusto en su trabajo. De hecho, se dicen que cuando la primera arma atómica fue probada exitosamente, embelesado por el espectáculo, cito del sagrado libro hindú, la Mahabharta (Anónimo c, s/f):

“Si el fulgor de mil soles
Estallara de repente en el cielo,
Sería como el esplendor del Poderoso…
Ha llegado a ser la Muerte, la destructora de mundos.”


¿Un hombre con una estética como ésta hubiera engañado a los jefes del Proyecto Manhattan? Heisenberg desvariaba.

Estas preguntas y dudas obedecen a un imaginario que proviene de dilemas morales complejos del Siglo XX. En el Siglo XXI parece que seguimos luchando con los mismos problemas. Pero los objetores de conciencia, los opositores de las guerras, los pacifistas y los que cuestionan las carreras armamentistas están por todas partes. Por primera vez el patriotismo se cuestiona como valor supremo.

¿Y el principio de incertidumbre? Valores legítimos como la protección de nuestros seres queridos y la protección de la humanidad se contradicen, y tal vez esto es uno de los legados más importantes del Siglo XX.

Nuestro tema principal en este trabajo es el imaginario del poder y los mandatarios. Hemos desviado nuestra atención hacia el poder de la ciencia, pero en realidad la hegemonía asociada con los científicos siempre ha estado bajo el control de los políticos. Detrás de Rambo están los militares que obedecen a una jerarquía gubernamental. Detrás de Bohr y Heisenberg estaban Adolph Hitler y Franklin Delano Roosevelt y luego Harry Truman. Einstein, un notable científico y pacifista, había iniciado el proceso con una carta a Roosevelt. Bohr y Heisenberg eran científicos con un dilema moral, pero no eran responsables por la decisión de arrojar la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki.

Hitler quería la bomba porque su apetito para el poder no tenía límites. Roosevelt la quería porque tenía miedo de Hitler. Pero Truman la usó, y sus razones eran complejas (Frank, 2005, Midcoast marketing, s/f), dijo que quería reducir el número de muertes estadounidenses en la guerra en el Pacífico, también hay evidencia de que quería intimidar a la Unión Soviética, hubo preocupaciones por el gran costo del Proyecto Manhatten si el arma desarrollada como producto de dicho proyecto no fuera a usarse; otros factores eran la evidente inexperiencia de Truman como nuevo presidente y la resistencia de los japoneses al aceptar una derrota total. Inclusive hubo presiones políticas: los consejeros militares de Truman querían impedir que hablara con los científicos involucrados. El hecho es que el día después de la última explosión atómica, Japón anunció su rendición. Todas estas razones pueden sumarse como un gran y complejo juego de poder, en donde los intereses de los mandatarios de ambos lados eran más importantes que las vidas de las personas que vivían en las ciudades atacadas.

En términos del imaginario, sólo una observación: No hay un libro de lamentaciones escrito sobre o por el Presidente Truman. Sólo los científicos involucrados han rasgado sus vestiduras al respecto.

Esperando el Mesías, y figuras modernas de esperanza

En este apartado quisiera hablar sobre el imaginario de la esperanza y la paz como se ha encarnado en ciertas figuras de importancia cultural. Mi objetivo es examinar cómo se ha ido modificando el mensaje que ofrecen. Sé que he descartado algunos personajes en que millones de personas han puesto sus anhelos, pero, además de la necesidad de limitar los personajes para esta reflexión, he restringido este sub-tema al anhelo de la paz. Es decir, he decidido enfocar aquí sobre figuras de paz más que de liberación.

Muy brevemente examinaré: Buda, El Mesías (en la figura de Cristo), Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y Martin Luther King. Ninguna de estas figuras es un mandatario, pero generaron acciones que obligaron a los poderosos cambiar de políticas.

Comenzaré con Buda y Cristo como maestros y líderes espirituales.

El Mesías es una figura única de esperanza. Una traducción del término hebreo a español significa “untado”, es decir, quien ha sido señalado con un aceite especial para algún propósito como para la profecía, el mando o la realeza. Para los judíos tradicionales el término refiere a un rey por venir que unirá a la gente y que traerá un tiempo de paz (tal vez después de un período inicial de guerra). Los cristianos en cambio creen en un Salvador espiritual, “la palabra hecha carne”, el hijo de Díos.

Los cristianos creen que Jesús de Nazaret, llamado también “Cristo”, fue el Mesías, de hecho “Cristo” significa Mesías en griego. Su mensaje era, sobre todo, de justicia y compasión pero también enfatizo la importancia de la fe para sus seguidores.

La figura concreta de Buda, se asocia con un término genérico también; “Buddha" significa una persona que haya alcanzado un nivel espiritual en que se ha liberado del sufrimiento, la angustia y la impaciencia. No señala un solo personaje, sino todos los que han podido alcanzar esta meta suprema. El hombre particular, Buda Gautama era una de 28 figuras históricas de lograr esta meta, y alcanzó no sólo este estado excepcional de gracia, sino también se convirtió en la encarnación del dios Vishnú para los hindúes. Es interesante que su gran despertar a la espiritualidad ocurriera cuando tuvo que confrontar por primera vez a la pobreza y el desconsuelo.

Tanto Buda como Cristo experimentaron con el ascetismo pero lo abandonaron porque no lo consideraron como una vía única de elevado espiritualismo. Esto es interesante porque ambos deseaban rebasar las ideas de sus épocas particulares de salvación individual, y se relacionaron estrechamente con las masas. Hay más semejanzas entre los dos: los seguidores de ambos reclamaron ancestros nobles y aspectos de divinidad para sus líderes. Los dos rechazaron una ciega devoción al ritual para promover una actitud sincera de contrición y caridad hacia el prójimo.

¿Cuáles son las tácticas centrales de estas figuras? Por un lado tuvieron misiones personales de la no-violencia, paz y justicia social, también aceptaron el sufrimiento íntimo para poder cumplirlas. Esos mensajes tuvieron un gran atractivo en sus tiempos que luego aparecieron en otras figuras de renombre. Pero no fueron conquistadores como hemos visto en otros ensayos sobre el poder.

Voy a saltar siglos para referirme a otras figuras que encarnan la esperanza no-violenta de justicia social y una visión amable del poder. Ocurre a veces que las aspiraciones de la humanidad se encarnan en individualidades particulares.

Gandhi, con su teoría de que la no-violencia y la desobediencia civil podrían acabar con el sometimiento de la India por el Reino Unido, inspiraba a muchas personas que dudaban de las respuestas armadas y que sentían que el fanatismo no iba a terminar con la intimidación. Gandhi creía que el autosacrificio y amor fraternal podían salvar a la civilización y empleó al pacifismo como una táctica para oponerse al colonialismo. Además de sus esfuerzos para eliminar el dominio extranjero en la India intentó llevar un mensaje de contenido social. A pesar de los errores que se le puede adscribir, logró, casi personalmente, poner una gran potencia colonial de rodillas. Pero primero veremos las críticas:

Dijo al respecto Evelen Roy (1923):



“(Quienes) … sostienen que el mundo será redimido por la fuerza del alma, el autosacrificio y el sufrimiento, están maniobrando para utilizar al Sr. Gandhi como una prueba de su propia tesis de que Europa ha llegado a su propia aniquilación por el uso de la violencia, de la cual el bolchevismo es la forma final y concentrada hecha para la destrucción final de todo lo que queda de la cultura y civilización europea. India, ellos declaran, ha sido salvada por el uso de armas espirituales –si Europa emula el ejemplo de la India se salvará a sí misma.
“El argumento suena convincente hasta que examinemos sus premisas y las encontramos falsas. India todavía no está salvada; todavía está luchando por salir del marasmo del atraso económico; la degeneración social, y el sometimiento político –más o menos relacionados entre sí. Su lucha presente es muy material por tierra y pan….”


Creo que la crítica es cierta: Gandhi no acabó con la injustita económica de la India. Pero tampoco lo hicieron Cristo o Buda en sus respectivas tierras. Estas frustraciones no cambian el mensaje subyacente de que la paz y la justicia sean metas posibles, y en el caso particular de Gandhi las tácticas políticas de la no-violencia y la desobediencia civil han quedado como recursos importantes de lucha socio-político.

Los activistas que examinaremos a continuación han retomado estos imaginarios poderosos de luchadores a favor de la justicia, portadores de paz y salvadores. Tienen, además, el aura de quienes hayan sufrido para defender sus causas particulares y son considerados por algunos como mártires.

En este punto de nuestras reflexiones es interesante recordar muy brevemente la figura de la “minoría activa” de Moscovici (1979), donde un personaje puede convertirse en un modelo excepcional para promover la adhesión de seguidores que aspiran al logro de cambios si:

a) representa una postura desviante -aunque no extrema- de cambio,
b) mantiene una posición, mensaje o ideología firme,
c) es honesto y creíble y
d) tiene atractivas cualidades personales.

Comenzaré con Nelson Mandela: renunció a su derecho hereditario a ser jefe de una tribu xosa, y se hizo abogado en 1942. Creía en un Estado democrático, multirracial e igualitario en que se repartiría la riqueza pero también creía que una combinación de la no-violencia y la desobediencia civil podría acabar con el apartheid en África del Sur. Sin embargo luego de la masacre en Sharpeville, se unió al Movimiento de Resistencia africana, un grupo que promueve la resistencia armada. Fue arrestado en 1962 y en su alegato frente al a la Corte Suprema dijo (Wikipedia a, s/f):

“Durante toda mi vida me he dedicado a esta lucha del pueblo africano. He peleado contra la dominación blanca, y he peleado contra la dominación negra. He buscado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que todas las personas vivan juntas en armonía e igualdad de oportunidades. Es un ideal que espero poder vivir para ver realizado. Pero si es necesario, es un ideal por el cual estoy preparado para morir” (Nelson Mandela, en el cierre de su alegato ante la Suprema Corte, 1964).

Sentenciado a una condena perpetua, se convirtió en un símbolo de la lucha ante-apartheid. Sin embargo, no fue sino en 1990 después de su liberación que pudo negociar una solución democrática a la injusticia racial del país sur-africano. (Irónicamente Mandela y el alto proponente del apartheid en aquel país, De Klerk, compartieron el Premio Nóbel de Paz en 1993.)

Ahora consideramos a Martin Luther King: desde Rosa Parks en los Estados Unidos se rehusó en los años 60 a sentarse en la parte de los autobuses reservados para las personas de raza negra, King fue un líder pacifista de la lucha para la igualdad racial en los Estados Unidos en donde defendió la filosofía de la no violencia y la desobediencia civil según el modelo de Gandhi.

Liderizó varias acciones de protesta, incluyendo una primera marcha en Washington, D.C. en 1963, y finalmente en 1965, participó en otra marcha en Selma, Alabama, después de la cual Stokely Carmichael empleó por primera vez la expresión “Poder Negro”. La connotación que tiene el término es suficientemente ambiguo para atraer a personas de muchas persuasiones ideológicas: significa y al mismo tiempo oculta los sentidos de poder espiritual, poder moral y poder disuasivo y físico.

Su misión creció a finales de la década de los 60, no sólo luchaba a favor de la igualdad racial sino también se opuso a la guerra de Vietnam y en 1968 marchó de nuevo en Washington para exigir tanto el fin del racismo como la ayuda económica para las comunidades más pobres. Tal vez esta combinación amplia de metas fue lo que le condujo a su muerte en 1968: fue ultimado por el modelo ya conocido de atentado, del asesino aislado y desquiciado que actúa por cuenta propia. Este modelo de asesinato ha sido utilizado repetidamente contra personajes de influencia y mensajes de paz.

Al hacer una búsqueda en Google con las palabras “resistencia pasiva” uno encuentra muchas páginas de referencia, para indicar lo prolífico de estos términos, en sólo dos de ellas aparecen referencias al empleo de estas tácticas en Kenya, Etiopía, Lebanon, Afganistán, Palestina, Haití y Colombia, y con relación a temas tan variados como la libertad política, el desalojo de viviendas y la protección de los bosques. No hay duda que el modelo ha influido en la agenda de muchos políticos y activistas de múltiples causas.

Hay muchos ejemplos más de la resistencia pasiva y la desobediencia civil que no puedo desarrollar en este espacio, como por ejemplo:

1. Aung San Suu Kyi de Burma quien ha estado bajo arresto domiciliario por veinte años,
2. los que participaron en el movimiento Chicano en los Estados Unidos y protestaron contra el trato recibido allí por los obreros mexicanos,
3. el Movimiento Internacional de Solidaridad, liderizado por Palestinos e Israelís,
4. José Bové el granjero francés que se opone a la influencia de los trasnacionales en la agricultura de su país
5. y muchos más.

Se ha dicho que la resistencia pacífica puede funcionar mientras exista entre el público una mala consciencia, sin embargo, creo que también puede despertar este tipo de discernimiento. Se trata de un tipo de poder, es decir, de influencia –con otra referencia a Mosovici. Puede conducir a cambios sociales y políticas cuando el poder físico no es abrumador. Es necesario reconocer que hay lugares donde no es viable, como en la China moderna donde los que demostraban en la Plaza de Tiananmen en 1989 sólo han dejado huellas débiles.

Sin embargo, es casi la única esperanza que nos queda.

REFLEXIONES FINALES

He recorrido algunos personajes que han encarnado diferentes aspectos del poder. Estos incluyen figuras religiosas, mártires, personajes literarios y de los mitos griegos y científicos. Todos pertenecen a nuestros imaginarios con respecto a algún tipo de poder.

Mi enfoque ha seguido de cerca las ideas de Joseph Campbell cuyas indagaciones sobre la influencia actual de los mitos demuestran su presencia en nuestras memorias históricas y en nuestro mundo de vida. Todavía nos influyen, aun con sus mensajes contradictorios. Refieren tanto a Eros como a Tánatos y para nosotros es imprescindible comenzar a sortear los directivos que contienen: son nuestro patrimonio de modelos.

Cuestionar nuestro imaginario es algo que hacemos todo el tiempo. Por ejemplo, en los años 60 en los Estados Unidos, Martin Luther King propuso cambios en la distribución de recursos y poder entre las razas que allí habitan. Luego alguien elaboró el eslogan: “Lo negro es hermoso”, algo que hoy en día es evidente, pero en aquel entonces era un radical detonante socio-psicológico para lograr cambios profundos en el imaginario.

Siempre he pensado que los significados que damos a los actos e ideas están anclados histórica y socialmente en un imaginario supra-individual. Es decir, las interpretaciones que hacemos de nuestros actos y los de otras personas no provienen de nuestras apreciaciones intempestivas e inmediatas, sino de un acervo compartido de posibles inferencias. Existen como un “menú” y elegimos de allí lo que consideramos más apropiado para cada situación que confrontamos.

Los terribles fracasos de Agamemnon y su descendencia nos obligan a cuestionar lo inevitable de los dictados del imaginario del poder cuando éstos nos traen la desgracia, pero todavía en este mito, el móvil de la desgracia es un héroe. En Ricardo III vemos un cambio: dos milenios más tarde los vasallos pueden cuestionar el poder de un rey que no encarna las cualidades que buscan en un monarca. Aborrecimos a Ricardo porque Shakespeare nos ha señalado explícitamente lo detestable que era su personaje. Lo interesante es que seguimos arrastrando las interpretaciones hechas en sus distintos momentos.

En el Siglo XV el mundo-de-vida requería la apariencia de decencia de un monarca, tenía que dar la impresión (por lo menos) de obrar en nombre y a favor de sus súbditos. Cuando Ricardo mató a miembros de su familia se trataba de vil asesinatos. Ya, dos milenios después de Agamemnon no se toleraría un rufián militar cuyo objetivo único y evidente fuera su gloria personal.

Con la introducción del imaginario del monstruo del Dr. Frankenstein y Rambo hemos podido elaborar nuevas nociones sobre el héroe, sus dudas, y su papel en la construcción del conocimiento.

Tanto el monstruo como Rambo son engendros. El primero fue claramente una equivocación, el resultado de jugar a Díos desde la ignorancia. Las consecuencias no fueron sólo espeluznantes, sino constituían una lamentable crueldad perpetrada por un ser a otro: el orgullo y la ambición del doctor Frankenstein terminaron en tragedia. Rambo también fue un engendro, pero los tiempos han cambiado y la aceptación del militarismo del Siglo XX hace más aceptables para algunas personas –o por lo menos más ambiguos- su rabia y venganza.

Nos quedan las figuras modernas –y atormentadas- de Niels Bohr and Werner Heisenberg. Ninguno de los dos quería poder para sí mismo, más bien eran humanistas y científicos que querían que su legado fuera un mundo en paz.

Sin embargo, el destino los ubico como enemigos que competían en intentos para producir el arma más destructiva que el mundo haya conocido. Se quedaron atrapados entre sus sentimientos patrióticos y sus miedos con respecto a lo que podría lograr “el enemigo” si no fueron a colaborar, cada uno por su lado, en sus respectivos esfuerzos bélicos.

En este ensayo no quiero dar la impresión de ignorar la esencial maldad del régimen nazi. Mi argumento va más allá porque estos hombres colaboraron en el desarrollo de algo que podría acabar con la vida en el planeta. Ha sido usado, no contra los nazis, sino contra dos ciudades japoneses, Hiroshima y Nagasaki.

La angustia moderna proviene de un nuevo imaginario: el de individuos atrapados en movimientos de masas que no controlan y por sus miedos que surgen de espantos atávicos. Bohr y Heisenberg, dos hombres de alta cultura humanista, quedan apresados por una mentalidad de guerrero en una época en que apenas se vislumbran el cuestionamiento de valores como el patriotismo, guerras de expansión y el armamentismo.

Con las figuras de la resistencia pacífica y la desobediencia civil hemos visto un nuevo tipo de héroe: trae un imaginario muy antiguo pero de mucha importancia actual. No emplean el poder de las armas, sino la influencia de la conciencia, la cual –lo hemos reconocido en nuestro texto- no es siempre aplicable como un mecanismo de cambio social.

Mosocovici (1979) ha examinado este tipo de poder bajo la lupa de la Psicología Social, encontrando algunas de las fuentes de su efectividad. Pero tal vez la fuente más intensa es el imaginario del héroe sin armas, y una ansia antigua y atávica de paz.

En mi búsqueda para encontrar un imaginario que proviene del deseo que conduce a la vida (Eros) he revisado varias encarnaciones históricas de las nociones de martirio y heroísmo. Como conclusión creo que se puede decir que mucho del afecto asociado con estos términos es un pozo peligroso y sin fondo. ¿Cómo podemos honrar Eros sin enaltecer a la muerte (Tánatos)?

¿Cómo honrar a Eros? Es una pregunta bastante difícil, porque, a pesar de las dudas que podemos tener sobre quiénes son los héroes y cuáles son las causas justas que defienden, hace falta realzar y agradecer a las personas que hayan ofrecido sus vidas y su bienestar en nombre de un ideal, o como una ofrenda para lograr el bienestar de los demás.

Hay problemas terribles asociados con este tipo de altruismo. ¿Qué es el legajo verdadero de tanto arrojo y tanta generosidad? Cuando actúe el héroe ¿a qué conduce su sacrificio? ¿En el nombre de qué evocamos su recuerdo?

No llamamos “héroe” a todo el mundo, y hemos visto como el significado de la palabra cambia con el tiempo. Sin embargo, de varias cosas estamos claros:

1. Representa y defiende un imaginario de poder vigente en un tiempo histórico dado.
2. Esta visión del poder es sinónimo del “bien” en el sentido dado por la época en cuestión.

Podemos decir que hay una tendencia histórica en el Occidente para definir el bien por medio de imaginarios que conducen más a Eros que a Tánatos: es decir, Agamemnon no sería un héroe hoy en día, y nuestra relación con la figura de Rambo no es cómoda. Actualmente el héroe brutal requiere una “explicación”: nos tienen que explicar que Rambo fue creado como asesino por fuerzas más allá de su control.

En realidad, son los conflictos de Heisenber y Bohr los que promuevan los debates más importantes de los Siglos XX y XXI. Ahora preguntamos si tanta muerte vale la pena y nos recurrimos a los portadores de la paz como posibles portadores de imaginarios que conducen a Eros.

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