viernes, 9 de febrero de 2007

TEORÍA PSICOSOCIAL DE NECESIDADES: Evaluación participativa: Un enfoque construccionista

NOTA:
Citar como: Karen Cronick (2007). "LA EVALUACIÓN PARTICIPATIVA: UN ENFOQUE CONSTRUCCIONISTA". CAPÍTULO I, TRABAJO DE ASCENSO PRESENTADO ANTE LA FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN EN LA UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA



Se ha escrito mucho sobre la teoría de las necesidades (Freud, 1930/1991; Maslow, 1954; McClelland, 1965; Asun, Aceituno, Alfaro y otros, 1995; Heller, 1996). Estas reflexiones no son sistemáticas y no se puede señalar un desarrollo cronológico del tema. Es decir, no ha habido un adelanto en la creación de un cuerpo de conocimiento al respecto.

Filosóficamente sería necesario separar la idea de necesidad psicosocial de otras nociones epistemológicas, físicas y lógicas que emplean el mismo sustantivo. En el caso que nos concierne, se trata de construcciones sociales compuestas por nociones complejas que apuntan hacia lo que la gente cree que hace falta para actuar, vivir, ser feliz, gozar de salud y construir comunidades de convivencia.

No es mi intención presentar una teoría nueva sobre las necesidades, más bien en este capítulo pretendo pensar sobre el tema y asumir algunas posiciones que tienen sus raíces tanto en la literatura como en mi experiencia práctica con comunidades. Como manifesté en la introducción de este libro, se trata de una expresión personal, es decir, intento reunir las muchas influencias que me han formado y compartirlas con los lectores. Por esto incluyo tanto mis experiencias en evaluaciones como las nociones formales tomadas de publicaciones que he leído. En los próximos apartados examinaré brevemente algunos textos que me han impresionado con respecto al tema de las necesidades. Comenzaré con Freud, porque tanto su idea del inconsciente como lo que dijo sobre nuestra psiquis fracturada influyen sobre nuestra capacidad para pensar y sentir; es decir, Freud puso límites a la capacidad del ser humano para la felicidad y la acción racional. Nos formuló preguntas que tienen que ser contestadas: ¿Cómo podemos elaborar claramente nuestras necesidades si no sabemos lo que queremos? ¿Cómo puede una psiquis dividida ser racional?

En la segunda sección consideraré dos enfoques que provienen de la psicología social estadounidense en la segunda mitad del Siglo XX. Mi postura personal es que algunos de estos enfoques no son útiles porque su contenido ideológico no declarado reduce la eficacia analítica que podrían tener, excepto para poblaciones que se asemejen política y socialmente a los autores. Considero que el capitalismo liberal y conservador del tiempo en que estos enfoques fueron confeccionados, limitaba su capacidad para tomar en cuenta otras maneras de vivir y sentir.

En la sección tres reflexionaré sobre el concepto de reificación en Lukács (1969) y Heller (1996). De nuevo, se trata de posturas teóricas cuyo contenido político es evidente. En este caso, sin embargo, la ideología de los autores forma la base de su análisis sobre necesidades. Lukács pertenece al marxismo-leninismo clásico y propone la existencia de necesidades “falsas” que pueden contrastarse con otras que son verdaderas porque emanan de razonamientos del proletariado ilustrado. Heller cuestiona la autoridad que tiene esta clase social para juzgar las necesidades de todo el mundo. Mi propia idea es que la ideología y la clase social influyen sobre nuestra capacidad para elaborar lingüísticamente nuestras necesidades sentidas. Pienso que el pensamiento sistemático sobre nuestra experiencia política nos prepara para entender con mayor claridad nuestras necesidades y las causas de éstas. Sin embargo no creo que la ideología debe dictar la identificación de nuestras necesidades: la construcción ideológica de las necesidades es un proceso largo, colectivo, inclusivo y dialéctico.

En la sección cuatro analizaré las nociones del relativismo y el mundo-de-vida como está desarrollado en Habermas (1987) y otros teóricos. Junto con Habermas, dudo tanto del absolutismo como del relativismo ontológico radical, pero acepto la coexistencia de sistemas paralelos de pensar y sentir. Bajo la influencia teórica de Habermas, creo que las personas son agentes capaces de lenguaje y razón, y creo también que hay muchos caminos distintos pero válidos y respetables para llegar a Roma si me perdonan el lugar común. Será el roce con la realidad, es decir, la percepción del éxito o fracaso lo que va a alimentar nuestras evaluaciones y conclusiones. En fin, tenemos que saber si el pozo que hemos construido realmente produce agua o no. El resto, nuestros desacuerdos sobre quiénes son los beneficiarios del agua, y cuán satisfactorias son su limpieza y abundancia son temas adicionales de debate y por lo tanto, conducirán a conclusiones abiertas a interpretación.

En la sección cinco presento una consideración del papel de la pobreza económica en la construcción, elaboración y satisfacción de necesidades. La definición y la determinación de la pobreza son actividades complejas. Intento describir algunos de los factores epistemológicos de esta complejidad y considero la relación entre la escasez de recursos y la elaboración de necesidades sentidas, tanto por parte de los evaluadores como por las personas involucradas (PI).

Finalmente en la sección seis analizaré la noción de la “potenciación” de las construcciones sociales de las necesidades en el sentido de lo que pasa cuando un grupo social en particular considera críticamente sus propias circunstancias; es tal vez uno de los apartados más importantes de este capítulo. En todo este libro propongo que las necesidades sentidas son construcciones sociales que deben mejorarse. Propongo que, a pesar de que reconozco el lugar del relativismo ontológico y metodológico en la evaluación de las construcciones sociales, hay criterios para juzgar la bondad que tienen para servir de puntos de partida para la elaboración de proyectos de intervención psicosocial. En las condiciones adecuadas las personas pueden madurar sus percepciones sobre el mundo y sobre sí mismas. Es decir, las construcciones sociales pueden ser potenciadas. Es importante, sin embargo, distinguir las actividades relacionadas con la potenciación de otras que deben asociarse con el proselitismo político y social.

Cierro este capítulo con una sección resumida de conclusiones.

I. FREUD

Freud (1973, 1991) tiene que ser el punto de partida en cualquier discusión psicosocial sobre las necesidades. En él, hay dos vertientes relacionadas: Por un lado las necesidades están asociadas a los deseos, pero éstos pueden ser conflictivos, como ocurre cuando el niño siente a la vez amor y rivalidad hacia su padre. Cada emoción está asociada a necesidades que requieren satisfacción; sin embargo ellas no son sencillas y uniformes: el niño puede necesitar el amor de su padre al mismo tiempo que fantasea con eliminarlo como un competidor por el amor de su madre.

En otro nivel freudiano, las necesidades aparecen como el malestar que ocurre cuando la cultura inhibe la satisfacción egoísta, inmediata e individual de los apetitos. La sociedad requiere la postergación de satisfacciones inmediatas y pone límites a la expresión de impulsos agresivos, pero el individuo puede sentir necesidades que riñen con estas restricciones.

Hay un tercer elemento en Freud que también debe tomarse en cuenta. Las personas se constituyen por medio de su ambiente afectivo, sobre todo en la infancia, y necesariamente el niño o la niña hace elecciones basadas en interpretaciones que pueden ser erróneas -que inciden sobre su personalidad- cuando todavía no tiene la capacidad para hacerlas de manera responsable e informada. Esta es una de las razones que explica porque, según Freud, el designio de ser felices que nos impone el principio del placer es “irrealizable" (Freud, 1991, p. 27).

Hay otra razón para esta infelicidad. Freud describe la personalidad estructurada pero fracturada. Algunas de estas fisuras son: la separación entre lo consciente y lo inconsciente; la división entre el yo, el superyo y el ello; la división entre el superyo y el ideal del yo; la separación entre el registro imaginario y la capacidad para la simbolización y la división de los instintos de Tanatos y Eros. Las fracturas en la personalidad constituyen un mecanismo para explicar las necesidades individuales conflictivas. El sujeto de psicoanálisis puede desear, y por ende, “necesitar” la muerte por medio de Tanatos. Por otro lado ciertas necesidades pueden ser “sublimadas” y expresadas por medio de otras elaboraciones psicosociales. Toda esta capacidad para ambivalencias y conflictos afectivos individuales entorpece la elaboración de necesidades sentidas en las evaluaciones de proyectos sociales.

Por el momento, y de manera muy sumaria y abstracta, considero que Freud ha contribuido a la teoría de las necesidades sobre todo en dos sentidos: a) con relación al papel del inconsciente en su elaboración y definición y b) con respecto a la represión de impulsos instintivos en el mantenimiento de las estructuras sociales. Podemos retomar nuestras preguntas de la introducción a este capítulo: ¿Cómo podemos elaborar claramente nuestras necesidades si no sabemos lo que queremos? ¿Cómo puede una psiquis dividida ser racional?

La respuesta, según Freud, es que evidentemente no podemos “saber” definitivamente lo que queremos sin la ayuda del psicoanálisis. La racionalidad aplicada a nosotros mismos es una operación muy compleja. Freud nos dice que sólo clarificamos nuestras necesidades de manera intersubjetiva en el diván del psicoanalista. El problema con este punto de vista es que el psioanálisis es un privilegio costoso e individual y por lo tanto una prerrogativa real sólo para sectores reducidos de la población.

Además, hay elementos etnocéntricos en el enfoque freudiano que pueden atribuirse a su origen histórico y cultural en la Viena de la primera mitad del Siglo XX. Sin embargo, conocimientos sobre Freud son útiles para entender lo inestable de nuestras necesidades.

Para resaltar e ilustrar esta apreciación freudiana de cuan inestables y ocultas son las fuentes de nuestras motivaciones y necesidades, recordemos a la frase de Foucault (1969/1985, p. 29.) cuando protesta: “No, no, no estoy donde ustedes tratan de descubrirme sino aquí, de donde los miro, riendo.... No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable.”

II. LA PSICOLOGÍA SOCIAL CAPITALISTA Y LIBERAL

Freud inició una corriente muy importante de reflexiones sobre las necesidades, pero al lado de este raudal teórico corre otro afluente distinto constituido por algunos enfoques psicosociales estadounidenses. Muchas formulaciones teóricas modernas de las necesidades psicosociales provienen de la psicología social o laboral (Maslow, 1954; Hertzberg, 1996:, McClelland, 1965; Aldefer, 1972; McGreagor, 1957 & 1964). Algunos enfoques proceden de la psicología clínica (Keirsey, 1989, 2002). Desde la perspectiva de comienzos del Siglo XXI, la mayoría parecen cuestionables e inclusive insubstanciales. En este análisis, y como ejemplos, me limitaré a una consideración breve de dos de los más conocidos de estos planteamientos, el de McClelland y sus colaboradores y el de Maslow.

David C. McClelland (1965) desarrolló tres tipos de motivaciones que él llamó necesidades: la necesidad de éxito, la de afiliación y la de poder. La primera se define como “el éxito en competencia con algún criterio de excelencia” (McClelland et al., 1953, pp. 110-111, tomado de Charms, 1968, p. 183). Esta necesidad es altamente valorada en los trabajos de McClelland y sus colaboradores al punto que las dos necesidades restantes casi no aparecen en su literatura, excepto como factores que rivalizan con la de logro. Las necesidades de afiliación y poder carecen de matices culturales que no sean los de la cultura corporativa del capitalismo de los años 50 y 60 en los países industrializados. Tienen que ver respectivamente con el deseo de obtener satisfacción por medio de las relaciones afectivas interpersonales, y la necesidad de dominar a los otros para beneficio y satisfacción propia. La afiliación aparece como un motivo que resta vitalidad económica a las sociedades “primitivas” que están basadas en lazos de consanguinidad y expectativas mutuas (como en tribus, clanes y familias extendidas). Según este modelo, la necesidad de afiliación entorpece la competencia entre las agrupaciones económicas organizadas. Por otro lado, la necesidad de poder sólo está concebida en los términos negativos de la dominación, y no como “potenciación”: es decir, como base para la posible reivindicación de grupos sojuzgados por intereses ajenos y por las condiciones agobiantes de sus vidas.

Por su parte, Abraham Maslow (1954) desarrolló una teoría jerárquica de las necesidades desde una postura humanista. Maslow comienza observando que las necesidades humanas son complejas e incluyen la creatividad y la sabiduría. Se puede pensar, como reconocimiento a este autor, que Maslow quería rebasar los confines de los enfoques del liberalismo económico. Propuso una pirámide de necesidades cuya base incluía comida, agua y abrigo; en un peldaño inmediatamente superior viene el afecto, la seguridad y la autoestima. La pirámide sigue hacia “arriba” con las necesidades de aprender (por el valor intrínseco del aprendizaje), la experiencia estética, el auto-conocimiento y finalmente los valores como el altruismo.

El problema con el planteamiento de Maslow es que creía que no había cómo elaborar o satisfacer las necesidades más “altas” antes de lograr la satisfacción de las más “bajas”. Con este criterio, las personas que sufren de hambre y carecen de abrigo, no tendrían la necesidad de aprender, de apreciar una hermosa puesta de sol ni de actuar de manera altruista. Sin embargo, pareciera difícil establecer una correlación confiable entre el bienestar económico y el altruismo o la apreciación estética. Por otro lado, tampoco es razonable suponer una correlación negativa entre la penuria y estas necesidades. Hoy en día la psicología reconoce que las personas pueden apreciar la belleza aun sufriendo de hambre. Detrás de la pirámide de necesidades de Maslow, se pueden discernir prejuicios clasistas pobremente disfrazados como consideraciones humanistas.

Considero que las siguientes críticas generales son pertinentes a este grupo de enfoques: Los planteamientos son ideológicamente limitados. El basamento sociocultural, teórico y epistemológico consiste en suposiciones ocultas y no criticables dentro de las teorías porque no son explícitas. Los autores se esconden detrás de una postura “científica” de neutralidad ideológica. Estas pretensiones “científicas” emplean la creencia positivista de aquel entonces, que existen resultados objetivos que son “mejores” y ubicados “por encima” de los valores. Enfoques como éstos niegan los creencias que subyacen a sus planteamientos y por esto no hay en ellos referencias a nociones más amplias sobre la teoría de las necesidades, ni para refutarlas ni para aceptarlas.

III. LA REIFICACIÓN DE LUKÁCS Y HELLER

Los planteamientos de origen marxista sobre las necesidades provienen de una amplia base conceptual que se extiende hacia Rousseau y Hegel, pero en su desarrollo marxista son vulnerables a críticas muy similares a las que acabo de elaborar con respecto a la corriente psicosocial descrita en la sección anterior. En Lukács (1969), el “fetichismo” conduce a la reificación de necesidades ilusorias. Es decir, las personas pueden depositar afecto en ciertos objetos que creen que satisfacerán necesidades que resultan ser “falsas”. También convierten nociones abstractas en necesidades concretas. Por ejemplo, en los últimos años de la Unión Soviética, los jóvenes “necesitaban” ponerse blue-jeans. Los “jeans” representaban una especie de libertad à la estadounidense.

En este enfoque las necesidades “verdaderas” provienen necesariamente de la conciencia de clase, que es determinada históricamente. Se puede comparar los prejuicios sociales de Maslow, en donde los valores humanistas sólo tienen cabida desde el inicio de la clase media, con la noción de Lukács en donde sólo el proletariado colectivizado puede tener conciencia de sus necesidades verdaderas. Según Lukács, las personas en una sociedad capitalista están “presas” por necesidades imaginarias que desde la conciencia de clase se considerarían lujos. En sus esfuerzos para satisfacer estas necesidades, las personas tienen que adquirir y emplear dinero. Lukács dejó entender que bajo un sistema comunista este problema debería haberse superado. Pero, como bien señalan Heller (1996/1985) y du Prie (sf, párrafo 18), para Lukács, los únicos árbitros de la “falsedad” de esta conciencia son los miembros del Partido Comunista.

La discípula y compañera de Lukács (1969), Agnes Heller (1996/1985), criticó aquella distinción entre las necesidades reales e irreales (o falsas). Heller pregunta ¿quién puede situarse “fuera” del proceso histórico de la producción de las ideas y declarar que “su” apreciación de las necesidades es la correcta o “verdadera”? Este argumento se asemeja mucho a lo que han dicho los construccionistas a partir de los años 80 del Siglo XX. Pero Heller introduce también una reflexión ética sobre este problema del reconocimiento de las necesidades; ella adopta el imperativo categórico de Kant: “el hombre no ha de ser un mero medio para otro hombre” (Heller, p. 65). En otras palabras, no es ético satisfacer una necesidad reduciendo a otro ser humano a la condición de “mero medio”.

Después de leer a Freud y los marxistas, no podemos sentirnos como los autores autónomos de nuestras necesidades. Aún después de criticar estos enfoques, no puedo dejar de lado conceptos como el inconsciente y los efectos de la conciencia de clase en la elaboración de nuestras necesidades. Estamos insertos en estructuras personales, históricas y políticas que imponen ciertas limitaciones sobre nuestra capacidad de entender nuestra sociedad y a nosotros mismos. Ambas fuentes nos muestran nuestra dependencia en las condiciones tramadas de nuestra existencia.

Pero no somos presos de estas influencias; podemos darnos cuenta y tal vez distanciarnos de nuestras particulares adhesiones teóricas, políticas y sociales. El primer paso en este distanciamiento es necesariamente ver con respeto a las otras posturas ideológicas y existenciales a pesar de la desemejanza que tienen con las nuestras. Este distanciamiento requiere la problematización de nuestra condición humana, tanto personal como social.

Mientras menos se tiene acceso a la cultura universal, más peligro hay de someternos a los limitantes fundamentalismos políticos, religiosos e ideológicos que nos amenazan hoy en día. Por esta razón las ideologías cerradas y las religiones intransigentes intentan reducir los contactos que sus adeptos pueden tener con mensajes discrepantes. En condiciones de oscurantismo creemos que tenemos razón, no sólo con respecto a nuestras propias necesidades, sino también sobre las de los otros. Inclusive hay personas dispuestas a emplear métodos violentos para obligar a los demás a aceptar sus creencias.

Ocurre también que gobiernos, organizaciones no gubernamentales (ONG) e instituciones internacionales como el Banco Mundial y las Naciones Unidas gastan grandes sumas de dinero para planes de “desarrollo” que a veces no comprenden las condiciones locales y culturales de los beneficiarios de tales desembolsos. Tal vez la falsa autonomía (término conveniente para distanciarme de la falsa conciencia) que proviene de la ignorancia es uno de los factores que más limita nuestra capacidad de pensar creativamente y de emplear nuestra racionalidad crítica.

IV. EL RELATIVISMO Y EL MUNDO-DE-VIDA

En otro escrito he reflexionado sobre el relativismo, el racionalismo y la ideología (Cronick, 2002). En resumen, mi artículo afirma que Habermas (1987) nos ha dicho que el Mundo-de-Vida contiene la posibilidad de la crítica social y la autocrítica. Las personas tienen la capacidad de comunicarse con los demás y debatir las diferencias que puedan surgir; heredan sus Mundos-de-vida colectivamente, pero también los pueden criticar y reconstruir. En este sentido la continua construcción y desconstrucción de los requerimientos –o necesidades- económicos, políticos, sociales y psicológicos es un proceso abierto. Como Billig (1987, 1991, 1992) y Billig, Condor, Edwards y otros (1988) han dejado claro, este trabajo constructivo ocurre en las conversaciones, confrontaciones y acuerdos que los grupos y las personas establecen de manera transitoria.

Algunas de las conclusiones así logradas llegan a convertirse en conclusiones semi-permanentes. Pienso que hay ejemplos de acuerdos “casi” establecidos, aunque dentro de cada acuerdo haya debates que siguen sin llegar a consenso social. Puedo mencionar varios ejemplos:

La democracia: Alguna forma de consulta y/o autogestión (como la democracia) es una necesidad social establecida en la cultura universal. Sin embargo no estamos seguros de qué se trata. En algunos lugares consiste en el voto universal, directo y secreto; en otros es necesario llegar a un consenso en un consejo de ancianos. Son prácticas establecidas pero no permanentes. Pero estamos (casi) de acuerdo en que cualquier forma de democracia es mejor que cualquier forma de tiranía.

Los estilos de convivencia: La mayoría de las personas necesitan vivir en comunidad. Las comunidades surgen de manera espontánea de un sentido de “nosotros”, pero también son construidas de manera consciente según modelos formales como el del liberalismo político y la solidaridad socialista. A pesar de que no sabemos cuál es la “comunidad” que necesitamos, comprendemos que alguna forma de convivencia es una necesidad para los seres humanos.

La libertad: La libertad aparece como un componente social y político necesario, aunque carecemos de acuerdos mínimos sobre su significado. La libertad se define de manera distinta según la época, la ideología y los propósitos retóricos y contextuales del momento. Los desacuerdos son numerosos y bien documentados: todas las revoluciones han proclamado sus propias definiciones del término. Por ejemplo, los “Libertadores” americanos (en las revoluciones contra España, Portugal e Inglaterra) no estaban todos de acuerdo sobre su sentido. Además de los Libertadores, otros pensadores han empleado la misma palabra en sus obras; se pueden nombrar muy sumariamente algunos de ellos:

1.1. Adam Smith, quien consideró que se trata de un medio para la producción del bien común. Cuando las personas, grupos e intereses económicos no están limitados por regulaciones legales y financieras actúan en completa “libertad”, y las fuerzas del mercado tenderían hacia el bienestar de las mayorías. Esta libertad es una necesidad para lograr el bienestar y la prosperidad general.
1.2. Los marxistas, en general, suponen que es un logro colectivo de los obreros, cuando obtienen el control de los medios de producción y pueden determinar sus propios destinos. Sería un logro histórico de la revolución socialista, pero, como en el caso anterior, es una necesidad para lograr el bienestar y la prosperidad general.
1.3. Los movimientos de liberación persiguen metas muy distintas. Ejemplos son: los movimientos de género, los que defienden estilos alternos de expresión de la sexualidad y los de la liberación étnica. En particular, los grupos de liberación étnica han existido por mucho tiempo –desde antes de las rebeliones de los judíos contra los ejércitos del faraón. En relación a tiempos más modernos, pienso en los Zapatistas en su rebelión contra el gobierno central de México. Esta categoría incluye los móviles de la autodeterminación de los grupos culturales y minoritarios.

En fin, contamos con ciertos acuerdos lingüísticos y conclusiones históricas, pero éstos no son definitivos. Hay, sin embargo, otro pacto cultural e histórico que hace falta mencionar. Cuando hablé del roce con la realidad en la introducción a este capítulo, me refería en parte a estos convenios culturales tácitos pero incompletos. Sabemos que la democracia, la convivencia y la libertad son buenas, pero en cada instancia tenemos que renegociar sus definiciones debido a los resultados de nuestros experimentos sociales.

Comprendemos que existen muchas formas de establecer credibilidad en las construcciones sociales. El roce con la realidad física es tal vez la más indiscutible. Para usar de nuevo mi metáfora inicial, el pozo sólo será un éxito si produce agua. Normalmente cuando los evaluadores elaboran sus conclusiones emplean, por lo menos inicialmente, los indicadores de éxito acordados en el comienzo de un proyecto de cambio psicosocial. Si los participantes en el proyecto querían construir un pozo, será un criterio mínimo del éxito de sus esfuerzos que éste produzca agua. Es un indicador binario y su respuesta es “sí” o “no”; es tal vez uno de los acuerdos culturales más viejos: las soluciones tecnológicas deben funcionar de verdad.

Para dejar en claro este punto recurro a otro ejemplo: los arquitectos de las pirámides del antiguo Egipto tenían dos tipos de construcciones sociales con respecto a sus obras. Por un lado creían que su misión era facilitar el viaje de las almas ocultadas en su interior hacia el mundo espiritual de la vida eterna. Se puede decir que esto constituía una meta principal del proyecto, y lograr los traslados espirituales era un criterio del éxito de la empresa. Sin embargo, los sacerdotes podrían discutir las pautas para el cumplimiento de esta meta por milenios sin llegar a un acuerdo. No puede haber modelos claros para determinar el logro de fines espirituales. Por otro lado había otra construcción social respecto al éxito de las pirámides: las estructuras físicas tenían que quedar en pie. Esto no podría ser objeto de debate sociocultural: si la edificación se caía se trataba de un evidente fracaso sin lugar a dudas. Desde el comienzo prehistórico de los esfuerzos de la humanidad para construir y alterar el mundo, las personas han reconocido esta distinción.

El mundo de vida y los criterios relativos provienen de las demás expectativas de los participantes. Para retomar el ejemplo de la construcción del pozo de agua: ¿Era justo reubicar las viviendas para construir el pozo? ¿La distribución del agua es equitativa? ¿Es suficiente para satisfacer las necesidades de los beneficiarios? Estas son preguntas que a veces aparecen después de la etapa de “praxis” en una evaluación y sus respuestas dependen de las construcciones sociales de las PI.

V. LA POBREZA Y LOS ENFOQUES ECONÓMICOS

La distribución no equitativa de los recursos materiales y sociales es un fenómeno que afecta a todos los países del globo. Las condiciones en que viven los más “necesitados” han ido empeorando al mismo tiempo que el avance tecnológico y la acumulación de riqueza han aumentado. Sin embargo, estas relaciones económicas esconden otros hechos. En esta sección quisiera desarrollar la idea de lo complejo que es analizar el bienestar de manera definitiva. Es enrevesado decidir cuáles son las necesidades económicas más importantes y bajo cuáles circunstancias están satisfechas o no.

Para ilustrar lo complicado de la construcción de indicadores de bienestar socio-económico, en la lista que sigue he reunido una serie de afirmaciones ciertas pero contradictorias.

1-a. La salud mundial está mejorando: Más personas tienen acceso a recursos como vacunas y medicinas. Algunas enfermedades como la viruela o la parálisis infantil han sido eliminadas o controladas.
1-b. La salud mundial está empeorando: La vulnerabilidad que tienen ciertas poblaciones frente a enfermedades como la tuberculosis, el SIDA, la malaria y la leishmaniasis ha aumentado.
2-a. La expectativa de vida está mejorando: La tasa de supervivencia de los niños es mayor en muchas poblaciones del mundo.
2-b. La expectativa de vida está empeorando: La hambruna en lugares como América Central y algunos lugares de Africa está fuera de control.
3-a. El nivel educativo/cultural está mejorando: Hay más niños asistiendo a la escuela y existen programas destinados a eliminar el analfabetismo. Muchos idiomas han sido transcritos.
3-b. El nivel educativo/cultural está empeorando: Idiomas y tradiciones culturales desaparecen todos los años para no volver jamás. Las guerras son responsables de la destrucción de bibliotecas, museos y fuentes arqueológicas.
4-a. Hay más respeto por los derechos humanos: La toma de conciencia sobre este tema está aumentando como puede verse en la existencia de organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional.
4-b. Hay menos respeto por los derechos humanos: Existen organismos multilaterales como UNICEF y Amnistía Internacional que denuncian terribles violaciones. Hay países que se niegan a pertenecer a un tribunal internacional sobre derechos humanos.

En esta lista se describen condiciones que apuntan tanto al mejoramiento como al deterioro del bienestar. La injusticia y la exclusión social son términos que se emplean para referir a situaciones en que las necesidades de grandes bloques de la población del mundo no son satisfechas. Hay muchas explicaciones para las diferencias en el bienestar como se puede apreciar en la siguiente enumeración –que necesariamente tiene que ser inconclusa:

1. El clima: el calor y las enfermedades tropicales en los países pobres limitan las posibilidades de desarrollo económico.
2. La calidad de los suelos y la accesibilidad al agua potable y para regadío: los desiertos y otros medios hostiles imponen limitaciones sobre la producción agrícola.
3. La cultura de la pobreza: las personas perpetúan sus condiciones infrahumanas de existencia debido a sus creencias en el fatalismo y su apatía (Lewis, 1979).
4. La ignorancia: los miembros de ciertas poblaciones no conocen los avances tecnológicos y existen sistemas económicos “atrasados”.
5. La dominación socio-económico-política: desde la esclavitud hasta el neo-colonialismo, el uso de la fuerza ha subyugado a algunos grupos y otorgado privilegios a otros.

Este no es el lugar para elaborar una crítica de estas explicaciones. Por ahora es suficiente observar que las explicaciones que se dan a la pobreza humana son complejas, y las carencias que tiene la gente están relacionadas con sus expectativas y las condiciones psico-socio-económicas y ambientales en que vive. Si la explicación que damos a la falta de bienestar se relaciona con la ignorancia o la apatía, se percibe que las personas necesitan educación o cursos de motivación. Si, por otro lado, consideramos que sus problemas se deben a dificultades ambientales, entonces necesitan asesoría científica y tecnológica. Por otro lado, si pensamos que las carencias políticas requieren una nueva conciencia y nuevas normativas jurídicas, legislativas y de cambio social, entonces estaríamos hablando de la necesidad de cambios políticos. A continuación haré una breve referencia a la determinación de indicadores sobre el bienestar.


5.1. La determinación de la pobreza y la riqueza

He venido desarrollando una noción amplia de necesidades en donde he argumentado que se trata de construcciones sociales generadas en el seno del discurso público y privado. En términos económicos, la pobreza “relativa“ (Runciman, 1966) es la experiencia de insuficiencia bajo condiciones que en otro lugar indicarían relativo bienestar. Los inmigrantes “pobres” en la Unión Europea viven en condiciones mejores que las que dejaron atrás en África, América del Sur o Asia. A pesar de esto expresan muchas necesidades no satisfechas al comparar sus viviendas y demás recursos con las de las poblaciones europeas nativas.

Por otro lado se puede afirmar también (Sen, 1978, s.f.) que hay una “médula” de pobreza absoluta en que la malnutrición y otras carencias pueden identificarse sin lugar a dudas. Por ejemplo, ciertas condiciones en el África Sub-sahariana y en América Latina son deplorables. Sin embargo, es muy difícil identificar la línea que separa la pobreza absoluta de la relativa. La falta total de techo y alimentos es nefasta, pero ¿qué distingue una vivienda digna de otra que es indigna? ¿Cuándo es que se pasa de la malnutrición a la falta de alimentación apropiada?

Lo que quiero es señalar el papel de los valores en la elaboración de los criterios de pobreza, excepto, tal vez, cuando la supervivencia de sus víctimas está en juego. Pero aun así puede haber debate. En un barrio donde el crimen y la inestabilidad de los terrenos atentan contra la vida de los habitantes ¿se trata necesariamente de pobreza? En Caracas, en ciertas urbanizaciones de clase media, ambos tipos de inseguridad son molestias. Es decir, son problemas grandes pero no necesariamente identificados con la pobreza como tal.

La elección entre un modelo relativista y otro absoluto no es sólo un dilema teórico, porque de ella surgen consecuencias tangibles e inmediatas con relación a la gestión pública. En la práctica las necesidades de las personas que sufren de pobreza relativa resultan en gran parte de sus propias insatisfacciones y sensaciones de malestar. Por otro lado según criterios absolutos son otros quienes deciden las necesidades de los demás. De esta manera, las personas pueden quejarse de la falta de una dieta balanceada, la falta de una vivienda adecuada y de escuelas pobremente equipadas, y pueden establecer indicadores para señalar la satisfacción o no de estas necesidades. Estas son carencias importantes y cualquier discusión sobre la naturaleza del bienestar y calidad de vida debe incluir una cuidadosa problematización sobre la identificación de las necesidades y las maneras de satisfacerlas. Inclusive, al franquear el umbral que define y limita la pobreza absoluta, y comenzar a evaluar las necesidades sentidas de otras poblaciones encontramos anhelos como: a) poder disfrutar de vecindarios seguros, b) trabajo digno, c) protección de la niñez y la familia d) la posibilidad de sana diversión y e) las necesidades espirituales y culturales de las personas. Bajo criterios absolutos, normalmente se trata de la carencia de los requisitos mínimos para mantener los organismos con vida: comida, techo y agua.

La problematización de las necesidades relativas va a incluir discrepancias sobre cómo satisfacerlas. La necesidad de una vivienda digna, por ejemplo, se satisface según criterios culturales distintos con respecto al diseño, los materiales empleados, el tamaño e hasta la identificación de los usuarios (un individuo, un grupo no- consanguíneo, una familia nuclear, una familia extendida o una tribu completa).

La satisfacción de todas las necesidades depende de las construcciones sociales que las personas elaboran al respecto. Además, estas construcciones sufren modificaciones constantes en las mismas poblaciones. Algunos de estos cambios surgen por modificaciones en las condiciones en que viven las personas involucradas (por ejemplo, el comienzo de una sequía o una guerra). Pero ocurre también que los conceptos cambian porque maduran con el tiempo.

VI. LA POTENCIACIÓN

La potenciación es una herramienta desarrollada por Julian Rappaport (1981) como un recurso metodológico para sustituir la prevención de patologías sociales e individuales. Se trata, según Rappaport, del control que las personas tienen sobre los recursos sociales, psicológicos y materiales que requieren para la satisfacción de las necesidades sentidas. La potenciación es, entonces, una estrategia orientada hacia el equilibrio de relaciones desiguales de poder. Al mismo tiempo es un proceso por medio del cual los individuos incrementan sus recursos personales, interpersonales y políticos para satisfacer las nuevas necesidades que podrían aparecer en sus vidas.

Puedo extender la noción de potenciación hacia lo que pasa cuando las personas problematizan sus necesidades. Para Guba y Lincoln (1988) un objetivo en una evaluación psicosocial, es la creciente “sofisticación” o maduración de las construcciones sociales que las personas han elaborado con respecto a su situación. En este caso la potenciación sería la realización de construcciones siempre más elaboradas, inclusivas, informadas y articuladas. Guba y Lincoln extienden la noción de problematización para incluir la producción participativa de indicadores de bienestar en general.

Por otro lado los facilitadores comunitarios tienen herramientas para pensar estructuralmente sobre los recursos que hacen falta para los proyectos comunitarios, por ejemplo, sobre la necesidad de crear grupos de vecinos institucionalizados. Dice Sánchez-Vidal (1991) que "el conocimiento de la estructura y funcionamiento del sistema comunitario debería guiar esta tarea..." (p. 69). Asun, Aceituno, Alfaro y otros (1995, p. 166-167) mencionan algunas necesidades que un facilitador experimentado podría considerar importantes, pero que las personas afectadas probablemente no han tomando en cuenta:

1. La reconstrucción del tejido social: Se establece la importancia de facilitar el desarrollo de las organizaciones populares.
2. La revalorización de los grupos: Se privilegia a los grupos como unidades de trabajo a través de los cuales se evalúa el proceso.
3. La revalorización de las tareas: Al enfatizar el desarrollo de recursos propios, la subsistencia pasa a ser un problema colectivo.
4. El fortalecimiento de la democracia: Se procura generar decisiones en el ámbito de los grupos en relación a pautas democráticas.
5. El reemplazo del rol del experto: El “experto” se convierte en “asesor”, respondiendo a la valoración del sentido común.
6. El desarrollo de recursos no tradicionales para la psicología social: Se utilizan recursos como la solidaridad, la organización y las tecnologías apropiadas.
7. El desarrollo de la identidad histórica: Se crean así vínculos que revitalizan las necesidades y las estrategias particulares.

Para Freitas (1996, p. 10) la potenciación aparece cuando el facilitador comunitario promueve la formación de “intelectuales orgánicos”, en el sentido gramsciano. En la misma dirección, Park (1992) menciona que el participante llega a un estado en que “produce conocimiento y lo vincula simultánea e íntimamente con la acción social” (p. 140), esto es, conocimiento que es a la vez cognitivo y transformador. Para Park el conocimiento instrumental, interactivo y crítico se relaciona con la potenciación, en tanto que el entendimiento técnico ocurre en relación con dimensiones sociales y políticas.

En un sentido similar, he propuesto (Cronick, 1988) que la transformación social ocurre en las esferas tecnológicas, socio-cívicas y personales de la experiencia. Cuando el facilitador y los demás participantes promueven cambios en una de las esferas, se transforman las otras dos. En este sentido, cuando las personas logran una meta socio-cívica importante, aumenta su autoestima y se encuentran en mejores condiciones para resolver los problemas técnicos que confrontan. Pude apreciar esta relación (Cronick, 1991) durante la intervención que mencioné antes, en un grupo de recolectores de basura, quienes decidieron comprar la compañía donde trabajaban para formar una cooperativa (logro socio-cívico). Al poco tiempo estaban participando en talleres sobre comunicación efectiva y logro personal (cambio personal) y desarrollando actividades relacionadas con el reciclaje (cambio tecnológico).

La noción de potenciación tiene connotaciones amplias. Cuando Fals Borda (1992) habla de la ciencia como un producto cultural emergente que incluye: la “cultura reprimida y silenciosa” del sentido común (p. 70) -o, “la filosofía espontánea” gramsciana, ambas referencias identifican la ciencia con la comunidad. A diferencia de Freitas, Fals ubica al “intelectual orgánico” en la figura del facilitador o promotor social. Esta identificación hace que el conocimiento “empírico, vital y práctico de los campesinos y los miembros de las comunidades populares pueda encontrar un nicho en el curso del desarrollo de la ciencia” (p. 81).

Otros elementos de la potenciación comunitaria ocurren por medio de la promoción de la solidaridad, la ética, los derechos humanos fundamentales y la calidad de vida entre los miembros de las comunidades facilitadas (Freitas, 1996, p. 11). Al problematizar con los participantes en un proceso de cambio comunitario sobre los estilos de interrelación, se pueden comenzar a cuestionar viejos estilos de comunicación (por medio de chismes), conductas dudosas (como la venta de drogas) y actitudes irrespetuosas con relación al prójimo.

En el artículo “La relatividad, lo verosímil y la toma de conciencia: una problematizacion comunitaria” (Cronick, 2002) propuse una postura de tolerancia limitada –y no de relativismo- como la única posible para mantener el diálogo, respetar las construcciones individuales y conducir a la creación de la convivencia. Una persona ajena a una situación psicosocial dada, un observador, un facilitador o un analista, no puede interpretar las necesidades de los demás. Pero por otro lado, este observador tampoco tiene que aceptar las construcciones sociales de los demás tal como los constructores las hayan elaborado. Las necesidades son negociables, controvertibles, rectificables y “problematizables”. Son construcciones sociales abiertas a pesar de la existencia de importantes acuerdos sociales logrados al respecto.

6.1. La problematización práctica de las necesidades sentidas

En los últimos años ha habido mucho análisis respecto a la evaluación de necesidades. Normalmente estas consideraciones provienen de enfoques “aplicados”. Tienen que ver con preguntas prácticas y metodológicas (¿cómo averiguarlas?) y preguntas epistemológicas (¿cómo conocerlas?). En términos prácticos, los modelos de evaluación y diagnóstico convierten a estas preguntas en problemas de medición y análisis cualitativo. Estas reflexiones no llegan al fondo de la dificultad. Las preguntas epistemológicas muchas veces evitan la contextualización teórica e ideológica sobre los planteamientos subyacentes.

Hay muchas maneras de definir necesidades de manera operacional. Según Gydinas y Evia (1993) son “requerimientos de las personas para permanecer sanas en las esferas personal, interpersonal y ambiental” (p. 227). Bajo una perspectiva construccionista podemos decir que son juicios que hacen los miembros de una colectividad sobre los recursos que hacen falta para el logro de un objetivo. Las necesidades sentidas son aquellas que son expresadas verbalmente por la colectividad en un momento dado; describiré su alta inestabilidad más adelante.

En principio se puede distinguir las necesidades de los deseos porque las primeras se caracterizan por la posibilidad de satisfacción, y por el hecho de que su carencia resulta en un déficit en la vida de las personas. Los deseos, por otro lado, pueden ser quiméricos (Deseo que haya amor y comprensión en mi comunidad) o caprichosos (Deseo ganar la lotería). Sin embargo, bajo la óptica de la construcción social de los significados (Ibáñez, 1989; Montero, 1997 & Wiesenfeld, 1997) esta distinción puede hacerse sólo por medio de la problematización comunitaria. Mediante la discusión colectiva, los deseos individuales se articulan en términos colectivos y realizables y pueden convertirse en necesidades. En este sentido el deseo de que haya comprensión entre los vecinos puede parafrasearse en términos de la comunicación efectiva, las negociaciones entre grupos antagónicos, o aun la urgencia de mayor protección policial.

Las necesidades pueden ser conflictivas; Wiesenfeld (1997) habla del conflicto que puede haber entre “la necesidad básica inmediata” (p. 269) de construir una casa particular, y las necesidades colectivas de construir una comunidad. En los barrios de invasores o pisatarios, cuando nuevos moradores llegan a “invadir” en una comunidad ya fundada, los vecinos pueden quejar porque definen a los “invasores” como temidos desconocidos que pueden ser potencialmente destructivos para la comunidad establecida. En Casalta III en Caracas, comunidades que se iniciaron como ”invasiones” hace algunos años se organizaron para proteger las “áreas verdes” de la construcción de “ranchos” (“Alfredo”, Comunicación personal).

Las necesidades pueden distinguirse también de los “problemas”, los cuales tienen connotaciones negativas. En las intervenciones tradicionales era común que el interventor definiera ciertas características comunitarias como inconvenientes y procediera directamente a su modificación. Así que un hecho como la deserción escolar se definiría como un “problema” sin tomar en cuenta las reflexiones de los afectados. Este modelo de intervención remite a una tendencia a puntualizar como negativa cualquier característica que diste del modelo dominante.

En la Psicología Social Comunitaria se enfatizan más los recursos que los problemas. Al enfocar sus recursos, los participantes en una actividad comunitaria intentan construir el tipo de comunidad que les conviene. El concepto de las necesidades atañe a un modelo que toma en cuenta las reflexiones de los vecinos. Por ejemplo, en una comunidad intervenida por una alumna como parte de sus ejercicios en un curso que di hace algunos años, los “malandros” o “antisociales” constituían un problema para los demás miembros de la comunidad. Pero cuando los “malandros” se organizaron, de manera espontánea, en un grupo de vecinos legalmente constituido, llegaron a ser interlocutores potenciales, es decir, posibles agentes para una acción en conjunto.

Relacionadas con este concepto de “problemas” están las necesidades “tóxicas”. A partir de algunas experiencias en comunidades, he sentido que algunas construcciones iniciales en un proceso de problematización son destructivas y aun peligrosas. Cuando las construcciones se elaboran sobre la base de criterios racistas o de exclusión social, pueden causar mucho daño. Tuve una experiencia corta con un grupo de policías que ilustra este punto: los criterios que empleaban los oficiales para decidir cuáles eran los “sospechosos” tenían que ver con el color de la piel, la juventud y la “pobreza” de la ropa de estas personas. Esto ocurría a pesar de que un oficial en el grupo era de raza negra. Los oficiales se justificaron diciendo que estos criterios tenían que ver con la necesidad de actuar rápidamente en situaciones que muchas veces eran ambiguas.

Puede ocurrir un desarrollo de conciencia en que los participantes en un esfuerzo de cambio comunitario llegan a construir sus necesidades como “derechos” (Wiesenfeld, 1997): una demostración de este principio ocurre cuando los vecinos sustituyen la expresión de una premura personal (mi rancho) por la articulación de un derecho (una vivienda digna). Este cambio de necesidad a derecho universaliza una necesidad individual en algo colectivo y legítimo.

6.2. Resumen de los tipos de necesidades

Resumiendo la discusión desarrollada hasta ahora, puedo identificar varios tipos de necesidades:

Necesidades “reales” y necesidades “falsas”: Partiendo de las discusiones freudianas y marxistas sobre la inconsciencia y la reificación, puedo cuestionar algunas afirmaciones que hacemos sobre qué son las necesidades. He dicho que este cuestionamiento tiene que hacerse cuidadosamente ya que el “juez” no puede situarse “fuera” del sistema del cual forma parte. Por otro lado, y desde una postura freudiana o construccionista, las personas pueden reflexionar y redefinir sus necesidades. Para resolver este problema, se ha propuesto que algunas necesidades son “relativas”.

Necesidades relativas: Lo que se percibe como necesidades básicas en un grupo social serían percibidas como lujos en otro donde las condiciones de carencia son más desesperadas (por ejemplo, buenas escuelas son necesidades en Nueva York y calorías suficientes para sostener la vida son necesidades en ciertas partes de América Central).

Necesidades básicas o absolutas: Son aquellos requisitos que, según los criterios establecidos por algún organismo público o grupo interventor, son imprescindibles para la vida y no están abiertos a discusión.

Necesidades sentidas: Son afirmaciones verbales sobre carencias o recursos que hacen falta para la culminación de una meta colectiva o personal. Esta categoría elimina el problema de la distinción entre lo verdadero, lo falso, lo relativo y lo básico porque sólo toma en cuenta el contenido lingüístico de las personas afectadas. Es una manera de “democratizar” la identificación de necesidades. Sin embargo, las necesidades sentidas siempre están sujetas a cambio y potenciación.

Necesidades definidas por facilitadores: Son apreciaciones estructurales elaboradas por los facilitadores en una intervención social y comunitaria que los profesionales someten a la consideración de los demás participantes.

Las necesidades problematizadas: Se trata de la re-elaboración de construcciones iniciales, realizadas por los participantes en un esfuerzo de cambio social y comunitario, acerca de cuáles son las necesidades que tienen.

Las necesidades tóxicas: Son necesidades no problematizadas que a largo plazo pueden tener efectos destructivos para el grupo o para otras personas (Cronick, 1991).
Las necesidades como derechos: Es la reconstrucción de necesidades sentidas e individuales en necesidades universales y legítimas.

VII. CONSIDERACIONES FINALES

He venido hablando sobre la teoría y la práctica de la identificación de las necesidades. Como una última consideración quisiera referirme a aspectos relacionados con problemas teóricos que quedan por resolver, siguiendo el ejemplo de Heller. Entre los temas que requieren más atención puedo mencionar los siguientes:

1. La necesidad de analizar el contenido ideológico de “necesidad”: A veces los análisis psicológicos, sociológicos y económicos sobre el tema tienen el anhelo de eliminar la exigencia de deliberación y debate. Esto puede verse especialmente en las discusiones económicas que pretenden establecer criterios “absolutos” para la pobreza. ¿Cuáles van a ser los límites absolutos? ¿Se refieren al insuficiente consumo de calorías para reponer los gastos energéticos del individuo? ¿A carencias vitamínicas? ¿A la carencia total de albergue? ¿A la carencia de una vivienda digna? Evidentemente para escoger una de estas opciones es menester emplear criterios normativos que provienen en última instancia de la postura ideológica de quien lo juzgue.

2. El dilema entre “falsa conciencia” y la construcción social de las necesidades: Hay peligros epistemológicos e ideológicos en ambas opciones. Por un lado, es difícil establecer sin lugar a dudas qué es la “conciencia científica o verdadera” cuando se trata de las necesidades humanas, y por el otro, existe el riesgo de aceptar sin problematización todas las afirmaciones que hace la gente sobre cuáles son sus requerimientos. Este problema se relaciona estrechamente con la prerrogativa que han tenido los “expertos” para determinar lo que es aconsejable, sano y benéfico para los demás.


3. La importancia de desarrollar técnicas y enfoques teóricos sobre la potenciación: Si tanto el relativismo como el absolutismo son conceptos epistemológicamente resbalosos, entonces hay que elaborar alternativas viables. La problematización ofrece una alternativa práctica a esta dicotomía, en donde se propone el “mejoramiento” progresivo de las posturas ideológicas y las motivaciones por medio del debate y la reflexión colectiva. En un ambiente ideológico controlado por los medios masivos de comunicación (que están supeditados a intereses particulares u oficiales), es importante encontrar maneras viables de cuestionar las necesidades tanto privadas como públicas. Hay muchas preguntas que deben formularse al respecto: ¿Hace falta el automóvil particular? ¿Qué nivel de injerencia necesita el público en la determinación de la programación de la radio y la televisión? ¿Bajo qué condiciones le conviene a la gente participar en acciones bélicas?

4. El problema de la identificación de las personas involucradas (PI): ¿Quiénes deben participar en la identificación y problematización de las necesidades? Guba y Lincoln (1988) dirían que todos las PI afectadas por una situación o programa de cambio psicosocial deben tener participación en los debates. Pero la identificación de todas ellas no es una tarea fácil. Guba y Lincoln enfatizan la necesidad de incluir también a los grupos excluidos o afectados negativamente por el proceso investigado. Se puede preguntar: ¿Cuándo comienza a ser inapropiada la pertenencia de una categoría de personas a un conjunto particular de PI? Muy relacionado con este problema es el de la colectivización de construcciones sociales individuales. El individuo habla, pero el efecto de los debates es colectivo. ¿Cuáles son los métodos más apropiados para retener las voces individuales y al mismo tiempo escuchar a la colectividad?

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